II
Carroñas de Fuero
Hijos se esforzaron, y ¿para qué?,
para hacer el ridículo.
La moraleja es: no se esfuercen.
Homero Simpson
La calle es parte libro y televisión también. Las vueltas del viento los autos pasando y luces de lamparas tienen algo de atmósfera audiovisual. Descansa en la orilla de la banqueta y mastica una galleta. El libro sin sonido no es silencio. Sale siempre disgustado del trabajo. Por la ventana detrás de él se escapa el sonido de un televisor. Engulle la galleta. Son ruidosos al brusco contacto de lo sólido. Se pone de rodillas. Levanta una se apoya sobre ella y por fin de pie. En su trabajo sólo hay señal de televisión abierta. La calle es más televisión que todo menos que televisión. El trabajo es resignarse a ver telenovelas y los consagrados de la TV nacional. Aquí se ve y escucha, en los libros no. Los consagrados tienen veinte años transmitiéndose repitiéndose en cada capítulo. A paso Pingüino comienza a caminar. Cuando era más joven, como de veinte años, los veía con gusto. Muerde otra galleta. Su respiración es un golpe al cristal de la pecera llena. Pero si los chistes y el capítulo son viejos ya conocidos y decide apagar la televisión Berto prende la radio. Risas falsas salen de las casas. La radio es peor que repetir por inercia diálogos trillados. Pa' que te digo que no si sí. Se le escapa de la mano una galleta. Que no panda el cúnico aquí tengo más. Comienza a sudar. Está cansado. Si decide detenerse sería la cuarta vez, un alto por par de cuadras avanzadas. Es que vengo agotado por el trabajo. Queda poco para llegar a casa. Angustiosa fue la jornada laboral. Ya lo dice el viejo y conocido refrán, mi programa está por comenzar. Napoleón hace un esfuerzo sobrenapoleónico y decide seguir. Avanza palmípedamente. El cansancio crece. Su respiración es golpear una campana con la cabeza. Napo una cuadra te queda. Sólo prende la radio para joderme. Cansancio. Galleta. Golpear consecutivamente una campana. Por la izquierda avanza anciana. La radio tiene ruido pero no se ve nada. Maldito Berto hijo del Guasón. Como tener siempre los ojos cerrados. Desde esa casa se escucha el noticiero de las nueve. Pies y piernas adoloridas. Las noticias son peor que las novelas. Autos van, autos vienen. Se quita el sudor del bigote. La campana. Estar cortito no es ventajoso. Las galletas se acabaron. Se acabaron las galletas, qué hago sin las galletas. Piensa en algo feliz. En constante pingüinesco movimiento gelatinoso el estomago las mamas los brazos. Es que no me tienen paciencia. Busca tu pensamiento feliz. Ya debe de estar comenzando. ¿Por qué me explico lo de la radio si ya lo sé? De la boca escapa saliva. Hablar sólo no es sano. Ella, la bella. Napoleón consigue el pensamiento feliz. ¿Lo dije o lo pensé? Napoleón lo pierde. Mira la luz de su casa que se aleja a cada menospaso que da. Esa sonrisita. Es ligero, casi flota. El sudor quiere entrar por los ojos. Que no esté suelto el perro que no esté suelto por favor. Pesado otra vez. Se me chispoteó. Sus ojitos que brillan de inocente que ha de ser. Qué clase de pensamiento es “es que vengo agotado por el trabajo”. Su boca es un auto que no quiere arrancar. Innecesario pensamiento. Si corro el asma llega. Los frenitos. No salgas perro bestia que no puedo correr. La bella tal vez está adentro. De cansado apenas puedo caminar. Cuál pensamiento es necesario. No se ve. No hay perro. Suda. Por fin. Se recarga sobre el barandal. Busca la llave. Que bonita armadura tiene tu dentadura. Entra a su casa hacia el cuarto de televisión pensando en el trabajo de ortodoncia dentro de la boca de ella y el programa que ya debió comenzar. Ay, mi espalda y mis piernas. Antes, pasa por la cocina.
Napoleón es lodo en el fondo del mar. Empapado se acomoda sobre los huecos del sillón que con tanto esmero y dedicación formó su trasero. Su madre debe estar comprando algo para la cena. Prende el televisor. Bebe refresco del envase. Prefiero evitar la fatiga. Lo coloca en la mesita que está al lado. Muerde un pan que detiene con la mano derecha recargada en el bracero. Descansa sobre su barriga el brazo izquierdo. Aún respira agitado. Al rato entra Cándida y pregunta cómo le fue. Agotador, estoy tan cansado que podría dormir semanas. Piensa que su respuesta es demasiado elaborada. Cándida desaparece. Luego de unos minutos, sin cenar nada a excepción de tres panes ni haber terminado el programa, se queda dormido. Cándida lo despierta. Se disgusta. Es que tenía miedo de que no te despertaras pero tómalo por el lado amable porque sí te despertaste. ¿No quieres cenar? Hace un ruido y cierra los ojos. Lo mira. No me gusta que se duerma sin cenar, los panes no son cena. Pobrecito mi niño está cansado, le faltan energías. Apaga la luz y sale hacia la cocina. Síganla los buenos.
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