Te espero, plantada en la cocina. Puesto el delantal. Con Larry husmeando en los rincones, haciéndome cosquillas en las pantorrillas para que, al rendirme, intente lanzarle un trozo de carne en el hocico, siempre con tan mala puntería. Te espero, de la misma forma en que espero a que los tomates se rehoguen bien y empiecen a contar por sí solos su historia de delicias. Las cebollas se portaron de maravillas, esta mañana, amor. Me arrancaron apenas una diminuta lágrima. Pero, se desquitaron con mis manos, y ahí están: evidentes, odoríferas, burlescas, presentes. Estas cebollas, amigas íntimas de los ajos. Por algo será, amor, por algo será. Ah, tu hermano llamó temprano. Dijo que vendría a verte por la tarde. Tiene un asunto muy serio que tratar contigo. Yo dejé el auricular descolgado para traer el cuaderno de apuntes, mientras sonaba la alarma del hervidor de agua. Pero, luego no me quiso decir qué. Le apenaba quitarme más tiempo. Quizá no confiaba en que yo pudiera entender su recado. Y hasta es cierto. Yo nunca entiendo de esas cosas serias que tratan ustedes dos. Tan inteligentes. Tan hombres de mundo. Y menos si eso me echa a perder la receta del día que tú siempre celebras, amor. Sólo me distraigo un poco para escuchar de cuando en cuando en la radio Dyer maker de Led Zepelin o Eye in the sky de Alan Parson’s Project. Aunque ahora mis gustos en música han cambiado insospechadamente, suspiro con las baladas de turno y muevo los pies al son de algún ritmo tropical. Yo no sé por qué, amor. Esta metamorfosis me hace pensar que algo en mí ya no es igual. Hay un quiebre. Una eclosión. O será –como tú dices– sólo un síntoma más de mi paranoia que se intensifica con la adultez. Hablando de eso, amor. Espero que no olvides que el viernes cumpliré 35 años. Prepararé algo especial para esa fecha. Una pequeña fiesta. Podrán venir tus padres y, si quieres, invitarás a tus amigos. Esta vez los atenderé muy bien, no tengas dudas. Hasta podré ensayar una nueva receta con tomates. Sí, amor. Sé cuánto te gustan los tomates. Larry mueve la cola. Creo que también comparte tus gustos, y no sólo en los aderezos. Él tampoco perdona la ausencia de un buen trozo de carne en su plato. Por favor, amor, antes de que me olvide. Cuando regreses trata de pasar por la lavandería. Dejé tu ropa francesa para que le den el tratamiento de un rey. Yo iría, pero no hay quien se quede con Pablito y tampoco lo puedo llevar porque está resfriado y no tengo dinero para el taxi. Hazme ese favor, yo después me encargo de todo. Sí, como siempre, amor. Además, ya estoy viendo la posibilidad de que me den un empleo de tarde. Sería, en la casa de Letty, como asistente. Por los quehaceres de la casa ni te preocupes. Yo dejaría todo en orden: la comida, la ropa, tus cosas. Y hasta podría ir a trabajar con Pablito. Él nunca molesta. Además, recuerda que Letty es mi amiga, fuimos juntas a Harvard. Ella se graduó con honores en Economía y yo en Literatura. Sí, ya sé cómo está la situación hoy en día. Es difícil para todos. Le diré a mi padre que aumente las remesas para nosotros. Sé que le va mejor en La Sorbona. Ahora, es catedrático a tiempo completo. Así no tendrás que apurarte con eso del empleo y podremos pagar las rentas demoradas. He pensado dejar pendiente lo de la edición de mi libro de poesía (que cada vez lo entiendo menos). Hay cosas más importantes que resolver. Claro, claro. Lo sé. Baudelaire y Rimbaud estarían de acuerdo. Me esperarías un ratito en línea, amor. No cuelgues (dile a tu mamá que yo pagaré la cuenta de su teléfono), creo que el guiso ya está en su punto. No tardo.
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