Amaneció en el valle de Huaura y Susy, una hermosa oruga, dio su última mirada al capullo.

Su instinto le invitó a explorar nuevos mundos, pero tenía miedo. Su cuerpecito pegado y sus ojos radiantes fueron sus fuerza para seguir tras su sueño. Quiso soñar y la noche la había acompañado, con los cánticos de las cigarras y los ronquidos de las aves.

Mientras sus amigas dormían despertó para ir lejos. Avanzaba desde muy temprano, despacio, contemplando las fortalezas verdes con sus flores, que lentamente despedían el invierno.

Quiso volar, recorrer la campiña desde el cielo, como pudo soñar. Los bichos rajaban nomás, los tallos sin embargo se propusieron obstaculizar su paso.

Cayó sin querer por no comprender la función de sus alas al despegar. Fue herida y durante la mañana creyó que los tallos eran su cárcel, donde siempre quedaría.

Levantó la cara a pesar de las risas de los insectos y desde otro piso intentó un nuevo vuelo. El lodo la recibió demostrándole que aunque mancha ayuda a no morir, si se tiene el coraje que salir.

El viento se alisó acomodándose a su cuerpo, el sol se quitó su velo blanco y dio su calor dando vivas a su perseverancia.

Sus alas se habían soltado e intentó un último esfuerzo, venciendo el hambre, la polvadera, sus ojitos trasnochados, su cuerpo razguñado y las lecciones aprendidas de la maestra experiencia. Se soltó y movió las alas incansablemente.

Prefirió cerrar los ojos, luego abrirlos mirando al cielo por querer verlo por última vez. Vio como el arcoiris se le acercaba y saludaba
risueñamente. Cuando miró abajo pudo ver un paisaje nunca esperado, mucho más grande que el que imaginó, voló por donde su espíritu la llamaba y se trazó soñar con más mundos donde sus alas la llevarán.