ECLIPSE DE LUNA
De este relato cuentan que es verdad, los mismos que dicen que es mentira, según quienes escuchen y en donde lo hagan escuchar. Es por ello que dejaremos al lector el creerlo o no…
A principios de octubre, cuando el otoño comienza a hacerse sentir con contundencia en Madrid, las callejuelas y cavas de la zona vieja de la villa adquieren un cierto aspecto misterioso y mágico, que no suele escaparse a la entrenada mirada del paseante nocturno, que gusta de adentrase por ellas a altas horas de la noche.
Esteban Lompar, tenía dos grandes aficiones: leía todo lo que caía entre sus manos y disfrutaba realizando paseos nocturnos por el casco viejo de Madrid. Si bien lo primero le había hecho adquirir una base cultural bastante respetable, lo segundo por el contrario, le hacía conservar una forma física excelente, pues no en pocas ocasiones, había tenido que emular a los corredores olímpicos para salir de algún que otro mal encuentro.
Aquella noche, la temperatura debía haber descendido bastante, como indicaba el vaho que salía de su boca cada vez que respiraba por ella con fuerza. La calle Segovia aparecía cubierta con un ligero velo de niebla que parecía salir del río Manzanares y que trepaba por el puente de Segovia ascendiendo lentamente por la calle de igual nombre. Visto el panorama desde el viaducto, ese extraño puente encajado, que consigue que la calle Bailén salte ese gran tajo que hay entre la antigua fortaleza árabe y las Vistillas, se diría que había volcado un gran camión de leche desnatada y se estaba empezando a evaporar.
La Luna pugnaba por aparecer a su vista por detrás del edificio del Seminario, edificio que parece vigilar el paso del río desde su posición privilegiada, y ya podía divisarse la mitad superior de una luna llena de color amarillento que rodeada de nubes iluminaba el cielo.
Mirando un poco más abajo, Esteban observó el camino que desciende desde las Vistillas a la calle Segovia, la mitad de las farolas no lucían por lo que se encontraba mal iluminado, lo que, junto a la neblina, le hacia tomar un aspecto realmente tenebroso. Lo recorrió con la mirada y ya estaba dispuesto a seguir su paseo cuando reparó en algo que no le cuadraba en su cerebro. Volvió a mirar, esta vez con más atención el camino y comprobó que era cierto, que había algo que se salía de lo normal, un pequeño bulto de color plateado mate yacía junto a una de las farolas apagadas del sendero. La primera intención fue marcharse de allí convenciéndose de que aquello no podría ser más que problemas a la vista, recordó que cerca de allí había un albergue de transeúntes cuyos inquilinos más de una vez le había puesto en situación comprometida. Pero al final la curiosidad, le pudo más, y decidió acercarse a ver que era aquello.
Mientras se aproximaba reparó en que no se veía a nadie andando por la calle y muy pocos coches pasaban, muy de tarde en tarde, por ella. La luna seguía su ascenso al igual que la neblina del río. Según se iba acercando, la idea del objeto iba cambiando en su mente rápidamente. Primero era un gran paquete, luego parecía un perro envuelto en papel de estaño, luego paso a ser una estatua metálica y por último….por último….Esteban exclamó: “¡Por los clavos de Cristo pero si es un niño!..”.
Al oírle, el supuesto niño, que en realidad era un enano, grito:
“¡Que susto me has dado, no grites de esa manera si no me quieres muerto, asesino!”.
“Un enano envuelto con un traje de papel albal, creo que las setas de la cena debían ser del tipo tóxicas y estoy viendo alucinaciones” pensó Esteban para si mismo.
“Creo que es mejor que me vaya a dormir”.
“Nó, por favor, no te vayas, ayúdame” gritó el enano.
“¿En que podría yo ayudar a un enano que aparece de repente tirado como una colilla en las Vistillas, envuelto en papel de aluminio como si fuese carne picada?”, preguntó Esteban.
“Podrías ayudarme a volver a mi casa” musitó el desconocido.
“No quiero caer en la tentación de preguntarte donde vives, porque según veo la evolución de los acontecimientos me puedes contestar que vives con Blancanieves y otros seis colegas en régimen de comunidad agraria”.
“Nó, yo vivo allí” dijo apuntando con su minúsculo dedo hacia el Seminario
“Un enano seminarista, un enano cura, ja, ja, ja, te imagino dando la comunión a los feligreses haciendo mates como en la NBA para poderles llegar a la boca” comentó riéndose Esteban
“Nó, nó, nó, no sabes mirar, es más arriba, allí” y volvió a apuntar hacia el Seminario con su brazo extendido.
Esteban se quedó dudando, más arriba no había nada, si trazaba una línea recta por donde señalaba el enano suponía que llegaría al Barrio del Lucero, Cuatro Vientos etc. Pero no se le ocurría nada más. Por fín preguntó: “Ah, ya se ¿Vives en Los Cármenes?”.
“Que nó, que no sabes mirar, que vivo ALLI, en la Luna”.
“Lo que faltaba, un lunático pensó, ha llegado el momento de salir de allí de la forma más disimulada posible, mira que me lo tengo bien merecido” pensó Esteban, y comenzó a desplazarse lentamente para separarse del lugar donde estaba el enano.
“Créeme, debo volver, no está toda la alfombra desenrollada, no lo ves, debo terminar de extenderla” rogó señalando a la Luna.
Esteban levantó la cabeza y al mirar a la Luna observó que parecía como si la hubiesen cortado horizontalmente el cuarto inferior, sería una luna llena si no fuera por ese trozo que no se le veía en su base. Recordó haber consultado el calendario antes de comenzar su paseo comprobando que esa noche habría luna llena sobre la media noche. No se veían a simple vista nubes ni edificios que ocultaran esa parte del satélite. Tampoco podía tratarse de un eclipse por ser demasiado horizontal el trozo que faltaba, la sombra de la tierra ,que es la culpable de los eclipses de luna, es circular, no cuadrada.
De forma que cuanto más vueltas le daba Esteban a las cosas más llegaba a la conclusión de que allí, esa noche de otoño, sucedían cosas muy, muy extrañas en Madrid.
“Debes ayudarme a completar la luna llena sino la cosa quedará a medias, las mareas a medias, los partos a medias, los poemas sobre la luna a medias, todo lo que tiene influencias de la luna llena quedará incompleto si no termino de desplegar la alfombra sobre la luna” contó el enano a Esteban que le escuchaba entre fascinado y en estado de enajenación mental.
“No.., no entiendo como” balbuceó.
“Ayúdame a regresar lo antes posible” sentenció el diminuto.
“No soy capaz de lanzar una piedra a un tejado y voy a ser capaz de mandar a un enano a la luna, no me hagas reír”
“No te hago reír, no te estoy contando chistes. El tiempo corre en contra nuestra, debemos irnos cuanto antes”.
Esteban, meditó unos segundos con el rostro vuelto hacia la luna, tras esto preguntó: “¿Qué te haría falta para llegar allí?”.
“Con un buen impulso que me saque de la atmósfera de la Tierra me bastaría el resto sería cosa mía”.
Un buen impulso…..pensó Esteban.
Al cabo de unos instantes pareció como si una luz se hubiera encendido en su mente. En el pasado había hecho algunos trabajos de historia y había tenido que visitar con frecuencia el museo del ejército. Recordó que en el exterior del museo hay varios cañones antiguos de diferentes épocas y en distintos estados de conservación. Pero uno en particular que había sido utilizado poco y cuidado mucho, se encontraba según los técnicos en perfecto estado de uso e incluso tenía algo de munición almacenada junto a él. Solo bastaría conseguir la pólvora suficiente para impulsar el proyectil con el enano a continuación y una mecha para detonarlo.
Esteban contó al enano todos los pormenores de la operación pero llegado un momento, y como si hubiese sido abatido por un disparo, se sentó en un banco con los brazos caídos hacia delante, mientras murmuraba: “la pólvora, ¿de donde vamos a sacar nosotros a estas horas la pólvora” pero al oírle, y lejos de desanimarse, el enano cuestionó: “No pasa nada. ¿Dónde suele haber pólvora en esta ciudad?”
“Pues, suele haberla en los cuarteles, en las empresas de demolición, en las fábricas de fuegos artificiales, en todos esos sitios”.
“Según bajaba, cuando me he metido el trompazo, me ha parecido ver algo parecido a un cuartel aquí cerca”. Comentó el pequeño.
“Debes referirte a Capitanía General, que está subiendo por esa cuesta de ahí” explicó Esteban señalando hacia la Cuesta de la Vega, que a esas horas aparecía repleta de coches aparcados que se adivinaban entre la neblina. Y continuó: “Pero ignoro donde pueden guardar la pólvora dentro del edificio, y es un edificio grande, podríamos estar toda la noche buscando…y todo ello en el caso bastante improbable de que pudiéramos entrar en él”.
“Yo la encontraré, tú enséñame el camino y yo encontraré la pólvora “, afirmó el enano.
Y se pusieron en marcha, subieron lentamente por la Cuesta de la Vega y al llegar a la calle Bailen, Esteban le indicó al enano donde estaba la Capitanía General y algunos detalles más que conocía, más por haber paseado tantas veces por los alrededores que por haberlo estudiado a conciencia en algún texto. Tras las explicaciones, y con la velocidad de un rayo, el enano fue visto y no visto.
Ya estaba Esteban empezando a ponerse nervioso por la tensa espera cuando vio al enano que traía una mochila casi de su mismo tamaño a la espalda, el peso le hacía encorvarse hacia delante, lo que le daba el aspecto de un dromedario en miniatura. Al llegar hasta él, ordenó: “Vamos, no hay tiempo que perder, ya lo tengo”.
Los ojos de Esteban amenazaron durante unos segundos con salirse de sus órbitas a causa del asombro pero estaba claro que esa noche la capacidad de asombro descendía a la misma velocidad que el mercurio de los termómetros. Y ya estaban a 2 grados en la capital.
“¿Pero cómo lo has conseguido?”.
“No preguntes tanto y vamos, que se nos hace tarde, llévame al museo” sentenció el enano.
Procurando desplazarse por las calles menos transitadas, fueron avanzando hacia la carrera de San Jerónimo y tras cruzar el paseo del prado se encontraron ante la fachada principal del museo del ejército. Allí estaban los cañones.
“¿Cuál es, rápido?” preguntó enfermizo el enano.
“Ese de ahí, ese que tiene aspecto de nuevo”. Contestó Esteban.
El enano llegó junto a él y comenzó a realizar los preparativos para poder disparar el cañón. Sacó el barril de pólvora que llevaba en la mochila y tras extender un paño vacío sobre el suelo derramó la mitad del contenido del barril sobre él comentando “con esto bastará”, tras hacerlo, lo envolvió y lo introdujo en el ánima del cañón empujándolo con ambas manos por lo que al cabo de un momento el mismo enano desaparecía también dentro del cañón. Al instante aparecieron unos pies diminutos y de un salto el enano salió del arma. “Ahora el proyectil”, exclamó y comenzó a tantear los distintos proyectiles que se encontraban junto al cañón, por unos instantes a Esteban le recordó a un chaval escogiendo la bola con la que derribar los bolos en una bolera. Al fin encontró una a su gusto y con el mismo sistema que antes la introdujo en el cañón. Faltaba la mecha, para ello utilizó un cordel grasiento que habían encontrado en el camino al museo y por último ya solo quedaba….meter al enano.
A Esteban le hubiera gustado hablar más con su inesperado compañero de paseo nocturno pero el apremio con que le instaba éste a efectuar el disparo, una vez situado en posición, no daba tiempo a muchas confianzas, así que simplemente pudo desearle buen viaje, antes de que desapareciera dentro del ánima en espera de su lanzamiento.
La mecha prendió con facilidad, pero a Esteban no le fue tan fácil levantarse después de que la detonación lanzará a artillería y artillero hacia atrás por el efecto del retroceso mientras el enano desaparecía sin que en ningún momento hubiera podido vérsele salir o caer del cañón.
El estruendo del cañonazo había sido tan espantoso que algunos cristales del museo habían saltado en pequeños trozos a causa de la gran detonación. Algunas luces se encendieron en las ventanas de los edificios circundantes pero la niebla se confundía con el humo del cañonazo y Esteban podía sentirse a salvo por el momento pero a sabiendas de lo provisional de su seguridad se apresuró a marcharse del lugar no sin antes escudriñar dentro del cañón por si veía parte o a todo el enano, tras ello empujó el objeto histórico hasta su posición original y escondió el barril de pólvora dentro de éste.
Esteban, mientras regresaba a casa se sentía como si flotara, era una sensación que le recordaba a otras sensaciones pasadas, cuando comenzó a salir con su primera novia, cuando aprobó los exámenes en su último año de carrera…
Tan ensimismado estaba con sus pensamientos, que descuidó la guardia, y eso es algo que, como todos los paseantes nocturnos de las grandes ciudades saben, puede desencadenar situaciones peligrosas cuando confluye con otra circunstancia, un mal encuentro.
En este caso, Esteban no pudo reaccionar hasta que estaban encima de él dos sujetos malencarados que amenazándole con sendas navajas le conminaban a que les diera todo lo que llevaba encima. Esteban, aterrado, se había quedado paralizado ante el consiguiente crecimiento del nerviosismo de los dos atracadores que pensaban que no quería darles su dinero. Mal pintaban las cosas para Esteban, y peor hubieran pintado si en ese momento no hubiera caído con un tremendo impacto sobre los dos individuos un bulto plateado que Esteban reconoció como el enano al que, un rato antes, había mandado a la Luna de un cañonazo.
“Casi llego, casi llego” exclamó el enano con júbilo mientras se incorporaba de un salto. “Menos mal que he caído en blando, gracias caballeros” dijo dirigiéndose hacia los dos atracadores que permanecían inconscientes sobre la acera de la calle, desparramados como dos maniquís de escaparate rotos.
“No se de donde sales pero has llegado en el momento oportuno”. Agradeció Esteban. “Es obvio que el lanzamiento fue demasiado corto”. “Tendremos que intentarlo otra vez, vamos al museo” añadió.
Según se acercaban al museo, vieron con preocupación que el lugar estaba completamente infestado de policías y bomberos. Unos y otros se movían de un lado a otro como si de un hormiguero en plena actividad se tratara.
Esteban se aproximó a un agente de policía y se interesó por la causa del despliegue de tanto personal. El agente, tras el saludo de rigor llevándose la mano a la gorra con la palma hacia abajo, le comentó que vecinos de la zona habían avisado de una impresionante detonación, como si de una bomba se tratara, pero llevaban un buen rato buscando y no encontraban ningún desperfecto que pudiera indicar el lugar de la explosión. El único indicio que podían tomar en cuenta era un tenue olor a pólvora era ya casi inapreciable.
“¿Y no ha podido ser algún gamberro tirando petardos?”. Preguntó Esteban.
“Las llamadas de los vecinos hablaban de una tremenda explosión”. Contestó el agente.
“Si usted lanza un buen petardo en un lugar donde haya gran sonoridad consigue precisamente eso, una tremenda detonación. Además ¿dónde están los desperfectos de esa tremenda explosión?”.
“Sí, quizás tenga usted razón, pero hasta que no verifiquemos la zona no podremos dejar el asunto zanjado, buenas noches caballero”. Y diciendo esto y con un nuevo saludo el policía se alejó hacia un grupo de bomberos que hablaban animadamente junto a las escaleras de acceso al museo.
“Parece que vamos a tener que esperar un buen rato, enano”.
“Que remedio, esperemos que no nos tengan aquí toda la noche”.
“Pues es fácil que dejen aquí un par de policías por si acaso”.comentó Esteban mientras se alejaban del lugar en dirección al Retiro.
Llegaron a la puerta de Alcalá que parecía flotar sobre la neblina y se sentaron en un banco ambos con actitud resignada y taciturna.
Al cabo de un rato, oyeron la algarabía típica de los coches de bomberos y vieron pasar un camión de color rojo que tras meterse por dirección prohibida tomó la dirección de Cibeles seguido por dos vehículos de la policía local y otros tantos de la policía nacional. Parecía una auténtica gymkhana de vehículos públicos.
Esteban y el enano se miraron y se pusieron de pie de un salto, luego, empezaron a caminar con paso rápido hacia el museo.
Cuando iban aproximándose al edificio y recordando la posibilidad de que hubiera quedado alguien de guardia, aminoraron la marcha. Al llegar al museo comprobaron que las fuerzas vivas parecían haber admitido como posible alguna teoría parecida a la comentada por Esteban y no se habían preocupado de dejar a nadie por si volvía a repetirse el estruendo.
“¡Magnífico¡”, exclamó el enano. “Manos a la obra”, añadió.
Pronto, los preparativos se habían repetido con la misma exactitud que en la vez anterior, y ya solo quedaba meter al enano y encender la mecha, por ese orden.
“¡Un momento!” gritó Esteban. Ante el aviso el enano quedó paralizado mirándole fijamente.
“No funcionará, necesitamos más pólvora, sino volverá a pasar lo mismo y no llegarás a tu destino”.
“Si llegaré, no te preocupes, hay suficiente pólvora para llegar”. Contestó el enano conciliador.
“Pero…, entonces, ¿cómo no llegaste antes?”. Cuestionó Esteban.
“Básicamente por tres razones: porque los enanos tenemos muy buena vista, porque debía hacer algo antes de marcharme de aquí… y porque me encontré la antena de un satélite que me permitió girar”. “Créeme que sin alguna de estas razones no estaría ahora aquí”, replicó el diminuto.
“Y ahora adiós y gracias por todo”. Se despidió el enano introduciéndose en el cañón.
“Pero…..” fue lo único que alcanzó a murmurar Esteban, reaccionó como si despertara de un sueño, prendió la mecha desde un lateral para evitar ser arrollado por el cañón y salió corriendo. Escuchó el estallido cuando bajaba ya hacia el paseo del prado y pudo permitirse el dejar de correr para hacerse el sorprendido y no levantar sospechas pero siguió caminando alejándose del museo.
Esta vez el camino a casa fue una mezcla de ensoñación y vigilancia exhaustiva a todo lo que le rodeaba. No quería que le volviera a ocurrir lo mismo de antes por descuidarse.
Las primeras luces del alba alumbraban el cielo pintado de rojo y naranja cuando Esteban llegó a casa. Fue a su habitación y cayó como un fardo sobre la cama, acto seguido roncaba con fuerza.
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Durmió casi todo el día. Cuando despertó comenzaba a anochecer pero tuvo tiempo de bajar a estirar las piernas y comprar el periódico.
Buscó con la mirada a la Luna y la vio pugnando por salir toda enrojecida a través de los campanarios del viejo Madrid.
Pensó si realmente no habría soñado todo lo ocurrido la noche anterior. Si todo no habría sido producto de su mente ensoñadora confundida, como un Alonso Quijano moderno, entre tanta literatura fantástica consumida, o mas bien devorada.
En estos pensamientos estaba cuando inconscientemente surgió de su boca un suspiro de alivio cuando observó que, ya, de color amarillento, la Luna estaba completa.
Subió a casa, y mientras comía un bocado leyó el periódico.
En la primera página, en una esquina, venía la noticia de que la comunidad internacional de astrónomos se hallaba totalmente desconcertada por la extraña forma y duración del eclipse parcial que había afectado a la Luna durante toda la noche anterior….
FIN |