La mesa está servida
Tarareando una canción de Julio Iglesias prepara la cena. El delantal nuevo por ser una comida especial, el que le regalaron sus hijos para navidad.
Mientras troza el pollo fresco piensa en lo que estarán haciendo Julio y Martina en el piso de arriba, “esos diablillos” piensa. La cuchilla termina su función, desde arriba se oyen gritos.
—¡Mamá!—Alardeando Martina—¿Dónde guardaste el vestido rosa?
De la heladera saca las verduras para preparar la ensalada, hay tomates, lechuga arrepollada y cebollas. La condimenta cuidadosamente, no quiere que su marido llegue de trabajar y deguste una ensalada demasiado agria, salada o desabrida.
Empieza a percibir el sabroso olor del pollo en el horno. Es tiempo de bañarlo en chimi-churri.
Sobre la mesa en el comedor ha puesto la vajilla nueva, los vasos altos y un mantel moderno haciendo juego con las servilletas. Los cuatro asientos aguardan la llegada de sus invitados.
Ahora va a arreglarse, a ponerse todos sus moños, a perfumarse con ese aroma gitano y deslumbrar a la familia. Después de bañarse con sales aromáticas se siente complacida, seductora para su marido y lista para la cena.
Sacó el pollo de horno, la ensalada estaba sobre la mesa, el vino, la gaseosa, el pan, los vasos, los platos, los cubiertos, las servilletas, todo.
—¡A comer chicos!. ¡La mesa está servida!
Desde la escalera se oyeron las pisadas apuradas de Julio y Martina corriendo una carrera. En el garaje de la casa se escuchaba el auto estacionándose. Era el marido.
Ahora estaban todos, la mesa servida y el corazón helado. En la mesa los platos llenos esperaban los pinchazos de algún tenedor. Nada paso. Sentada sola al pie de la mesa, la mujer encendió el radio, sonaba una canción de Julio Iglesias y comenzó a tararear.
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