Eran cinco de familia, siempre juntos y muy unidos, en la misma mano vivían felices. Cada dedo tenía y cuidaba de su uña, salvo el pobre gordito que su dueña con los dientes se la comía, todo el tiempo estaba cortada y dolorida. El hermano que seguía era más flaco, y le gustaba estar dentro de las orejas y sacar restos de comida de las muelas. El otro era el mayor y más altos de todos, siempre mandaba y decidía lo que sus hermanos tenían que hacer. El siguiente tenía enroscado un anillo muy redondo, y por último venía el más pequeño de la familia Dedal. Travieso y escurridizo, siempre pensó que había algo más allá de la blanca mano que los unía, otra parte que ninguno de ellos conocía. Sabía que había otra mano, y que de vez en cuando se acercaban y hasta se tocaban, pero nunca se hablaban ni nada. Decían que la otra mano era se creía más importante, que la dueña la prefería, la usaba para casi todo, como agarrar una taza, buscar las llaves o prender la luz, en cambio a ellos solamente hacían cosas secundarias.
Cada vez que las dos manos se tocaban el más pequeño le chistaba, pero nadie contestaba, se movía un poco y no pasaba nada, nunca tenía respuesta. A partir de ese día se convenció de que la otra mano no sentía y no eran como ellos, tal cual le habían dicho. Pero lo que ninguna de las dos manos sabía, es que la otra pensaba lo mismo de ellos. |