5:30pm
Nombre : Paulina Herrera
Profesión : Secretaria
Trabajo : Cesante
“Complete sus datos y firme aquí”, dijo la recepcionista y luego sonrío.
Estaba nerviosa. El olor a cloroformo impregnado en las sábanas, en cada rincón de la habitación invadía mis sentidos, penetrando cada fibra de mí. La vista pegada frente a un pequeño televisor, mientras el dedo índice jugaba a presionar y soltar a su antojo el botón que cambiaba los canales, sin consultar siquiera con mi mano.
Descolgué el teléfono. Quería sostener cada minuto, registrar todos los pendientes en mi libreta de apuntes y simplemente matar el tiempo para que éste simplemente me instalara en el quirófano lo antes posible.
La intervención estaba programada a las 7:pm, sin embargo una emergencia mayor sitúo al médico en otro lugar a esa hora y finalmente el pabellón quedó reservado para las 8:00pm. Yo tampoco podía esperar.
Mis manos sudorosas, temblaban mientras buscaban las manos de mi hijo en medio de la nada. Imaginaba su carita, bella e inocente. La pena de perderlo superaba mi imaginación.
6:00pm
“Ni un minuto más”, dijo el anestesista que ingresó en la habitación, quien con una gran sonrisa comenzó lo que sería una especie de rito. Temía perder el control de mi cuerpo, y la idea de sentir cómo cercenaban parte del mismo simplemente no formaba parte de mis pensamientos. Tenía que pasar por todo eso, para luego ver qué haría con mis pechos repletos de leche.
“Quiero dormir”, dije. “Me da pánico la anestesia, pero ¡no quiero estar despierta!... ¿podría suministrarme anestesia general?”.
“¿Sabía Ud. que hay que entubar…, que sus músculos se relajarán a tal punto que en un determinado momento dejará de respirar…, que entonces quedará conectada a una máquina?”, preguntó el anestesista.
“Póngame la que Ud. quiera entonces, me doy cuenta que nada sé sobre estas materias…, pero hágame cariño antes de dormirme, por favor”, concluí. El especialista me miró incrédulo, río y salió de la habitación.
7:00pm
“Señora Paulina, dúchese, vendremos a buscarla pronto”, dijo la enfermera y se fue.
Ya sobre la camilla, reconocía mis miedos y comenté a todo aquel que se cruzaba en mi camino, que el temor se había apoderado de mí. Llegué al pequeño quirófano. Ahí estaba el equipo médico en pleno. Para romper el hielo comencé a hablar, intentando olvidar el motivo por el que sería intervenida. De pronto la paz reinaba en el lugar. La matrona puso en mi mano derecha un relajador de tensiones, objeto que sostuve durante toda la operación.
8:00pm
“Sentirás un pinchacito”, dijo el anestesista. De pronto como unas mariposas comenzaron a recorrer mi espalda. Luego el hormigueo en mis pies, piernas, muslos y finalmente abdomen. Mi cuerpo se había reducido a la mitad.
Comencé a sentir los sonidos de los instrumentos. Mientras unos tironcitos en el estómago hacían que me incorporara a la realidad, unas manos afectuosas acariciaban mi rostro y en cierta medida calmaban mi angustia.
De pronto distinguí una pequeña lucecita en una esquina de la habitación. Mi ángel, mi hijo se iba. Contemplé su rostro etéreo, dibujado sobre la carita de un muñeco inerte que me enseñó la matrona. Dejé mi beso impregnado en su enjuto cuerpecito. Las lágrimas humectaron mi piel y la felicidad de ver cómo aquella pequeña luz incandescente ascendía al infinito, me invitó a observar más tarde cómo el sol se asomaba por la ventana de mi habitación. Mi hijo había partido llevando consigo mis entrañas, dejando en este plano un vacío insondable y dentro de mí muchas respuestas que sigo preguntándole al viento.
©® Carolina Aldunce
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