La lluvia caía estrepitosamente sobre su débil ser. Las calles de la ciudad se arremetían contra él, como estáticas dagas con las que un extraño e invisible ser lo atacaba. Corría lo más rápido que se lo permitían sus cansadas piernas, escapando de un fantasma imaginario, proveniente del mismísimo infierno de su pasado, que no lo dejaba en paz.
Ya estaba exhausto, la tormenta lo perseguía volviendo lento su andar. Sus ropas se pegaban a su cuerpo, y las lágrimas estorbaban su vista. No veía bien el camino; algunas veces chocaba con las pocas personas que se habían atrevido a salir y enfrentar esta noche húmeda y que aun permanecían impasibles. No se detendría por nada, él mismo se lo prometió al caer por primera vez, también cuando cayo por segunda y tercera vez. Parecía que esta vez, la noche no sería su compañera de aventuras como otras anteriores. Siguió con su huída. A lo lejos logró divisar un pequeño parque.
A pesar de la oscuridad, logró encontrar el sendero principal; se desvió un poco para ocultarse. El no se detendría, pero su cuerpo le demandaba descansar y se negaba a seguir sin que fuera cumplida su petición. La lluvia seguía cayendo sobre su ser, sobre su mente perturbada, sobre sus recuerdo; su pasado. Todo su ser estaba débil; su cuerpo le reprocha la anterior carrera; su mente y su alma estaban intranquilas, la primera por los recuerdos que le amenazaban con regresar y la segunda, por la extraña sensación que en ese momento le embargaba; eso estaba cerca. Lo sentía venir.
Le fue imposible seguir resistiéndose; sus recuerdos, como la tormenta que en ese momento, lo abrazaron y aprisionaron. Y ahí se quedó. Dominado.
Fue en ese momento que lo vio; lo había alcanzado, el fantasma del que huía. En su rostro pudo ver todo aquello a lo que temía; pudo ver el rostro de su amor, frío y tieso reflejado en el, pudo sentir el abrazo de Le Morte que esa noche había sentido con tanta fuerza pero que pronto lo abandonó, acompañado de la única persona que había amado en toda su vida, y de la única persona que en verdad le amó, porque después de ese día, nunca más pudo abrirse de la misma forma con ningún otro ser, incluso a sus amigo se había negado a ver; sin ese amor que le robaron, no pudo seguir.
Sintió como le hablaba al oído; su voz resonó en todo su ser, por todo su cuerpo, su mente, su corazón... Era el final. No había vuelta tras. Y eso se encargó de recordárselo...
-“¿Te das cuenta... de que es tu culpa que yo este hoy aquí?”- Le dice sin ningún sentimiento aparente en sus palabras.
-“¿A que te refieres?”- su voz denotaba el cansancio que en ese momento sentía; su tiempo se estaba terminando.
-“Lo prometiste... Tuviste la oportunidad, y no la supiste aprovechar...”- la respuesta fue tan fría como la lluvia que caía, sin saber, que sería el único testigo de lo que sucedería.
Esa fue la última palabra. Su cuerpo se negó a seguir; su mente se rindió ante él; su alma ya no aguantó el dolor de verle y sentirlo tan cerca. Antes de caer totalmente vencido a sus pies, recordó su promesa, aquella que le había hecho en el momento último de verle...
-“Yo... viviré... no pararé... nunca me rendiré... nunca me detendré... te lo prometo... mi amor...”-
Y lo recordó. Lo que él había dicho era cierto. Sus ojos se abrieron enormemente ante el recuerdo. Miró a su querellante. Ya entendía lo que le quería decir. Él lo miró sin cambiar su expresión, su mirada seguía fría y firme en su objetivo. Su misión no fracasaría. El veredicto sería impartido.
¿Cómo había sido tan tonto? ¿Cómo pudo haber olvidado su promesa? ¿Cómo.... Sus pensamiento fueron interrumpido por su nocturno acompañante...
-“Es tarde. Tu tiempo se acabó”- hizo una pausa antes de continuar -“Tu decidiste que terminara así. Recuérdalo, esto se decidió en ese momento. En el momento en que decidiste olvidar tu promesa. En el momento en que decidiste olvidarla, para convertirte en mi acompañante, aún sabiendo, que no debías”.
Poco a poco su cuerpo se quedó inmóvil en el abrazo del que era prisionero. Su mente decidió abandonar su lucha y forcejeo. Su corazón, simplemente no pudo seguir la lucha solo. Y su alma... Su alma por fin entendió y decidió irse y alejarse, aún ignorando a donde.
-“Sabes que no fue mi culpa. Tu quisiste quedarte con migo, sabias que eso te haría perder, y aún así lo hiciste. Sabes que ese fue tu error”.
...Y así él no pudo escapar más y simplemente se rindió... al abrazo de su pasado. Había roto su promesa. Se resistió a abandonar ese momento y siguió reviviendo esa escena de su vida. Se olvidó de seguir a adelante; de avanzar y crecer. Se rindió ante la pena y el dolor.
Ese fue su error...
Cuando te dejas vencer por las penas del pasado, y solo se vive recordándolas y estancándose en el, no hay ningún futuro campo de rosas esperándote. Tu mismo te sentencias al dolor eterno y a un Destino sin gloria.
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