Creí reconocer la silueta de mi padre en la habitación. Al acercarme para constatarlo, pude ver su rostro; lo poblado de las cejas enmarcando aquellos ojos verdes; su pálida tez a la deriva; el simulacro de esa piel navegando la tibieza, ante lo precipitado del encuentro. En un pedido de auxilio le grité papá, mientras su cara se iba esfumando ante mis ojos. Atónita, volví a esbozar esas mismas letras, a la vez que desaparecía por completo. Entonces comprendí que había sido una pesadilla...

Cuando desperté, su cuerpo aún seguía a mi lado acariciándome el cabello. Le tomé la mano, a la vez que mis pupilas se perdían dentro de esos ojos huecos.
Y como todas las noches me volví a dormir bajo su espectro, el que siempre velaba esos inalcanzables sueños...


Ana Cecilia. ©