Ha llegado el momento. Gracioso, ¿no?, después de dos años me atrevo a hablarte sin esquivar la mirada y la conversación. No, por favor, no me invites a sentar. Quiero ser breve. Lo siento. No, no es por haber llegado tarde a casa de tus padres. Lo siento, pero no te amo. No pongas esa cara. No es broma te digo. Pero suéltame. En serio que ya no te amo, es más, creo que siempre te quise. Sabes que querer no es lo mismo que amar. ¡No es lo mismo! No, no es que te quiera como amigo ni que te fui infiel. Te quiero solamente. ¿Tú me amas? ¿Ves?, es distinto, tú me amas, yo te quiero. Te digo esto porque ya no aguantaba más, la careta me pesaba. ¡¡Tenía miedo de contártelo!! Pero déjame terminar. Ya, ¿no quieres que te explique? O sea, perfectamente te lo hubiera dicho por teléfono. No seas estùpido. Para, ¿déjame seguir? ¡Pero càlmate!, ¿no ves que es mejor que sepas? Ya, entonces preferías que siguiese mintiéndote o desapareciera del mapa. No te pongas como mina histérica, ¿ya? Me duele decir esto. ¡Ahora soy la insensible! Te quiero, pero el amor que tú me profesas, me sobrepasa. No estoy diciendo que no soy digna de ti. ¿Ves cómo te pones?, sabes que esas excusas tontas no las digo. Y dale. No tengo a otro. Tampoco a otra. Que eres denso. Tendría que haberlo dicho antes. ¿Desde cuándo? Hace como cinco meses atrás. ¿Quieres un tiempo? Si sabes que eso no sirve. ¿Lo dejamos así? Ya, pero háblame. Dale, háblame. Bueno. Te entiendo. Lo siento. Pero te quiero. De verdad.
Yo te quiero (tú me amas).
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