Inicio / Cuenteros Locales / Bertoldok / DE AMOR, MELANCOLÍA Y ODIO.
"Ten, Olga, póntelo si quieres. Al menos guárdalo".
Quien así hablaba era Laia, la madre que con gesto serio, pero sereno, le entregaba un humilde anillo de plata vieja. La joven observó sorprendida aquel objeto que deslizó por el dedo corazón de su mano izquierda y examinó al contraluz.
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"¡Oleg!,¡ven con nosotros! ¡Nos vamos a divertir esta noche!"
El mocetón contaba con quince años y aun en aquellos tiempos turbulentos apacentaba el ganado de su padre y conservaba la inocencia que el medio rural concede a sus habitantes. No lo pensó dos veces y con celeridad subió a la parte posterior de la camioneta. Allí saludó al conocido que había efectuado la invitación. El contento inicial de Oleg tornó en inquietud al fijar su vista en el fusil automático que aquel hombre portaba en bandolera. Contó otros cinco individuos más que también empuñaban sus respectivas armas de fuego. Charlaban todos ellos con naturalidad y amistosa camaradería. Pero no eran los únicos que viajaban en aquella camioneta por un sendero polvoriento que Oleg conocía y que ya desde su más temprana infancia le provocaba escalofríos, consciente como era del paraje en que desembocaba. Otros hombres, trece en total, se hacinaban maniatados en la parte delantera del remolque. No hablaban, no se movían. Algunos sollozaban: la mayoría tenía esa mirada perdida de la juventud incrédula que no acepta la realidad absurda y brutal en la que se encuentra inmersa.
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Oleg se despertaba sobresaltado casi todas las madrugadas entre el sudor y las lágrimas. La pesadilla recurrente de la descarga de fusilería sobre trece hombres que se desplomaban como marionetas a las que han cortado los hilos de la cruceta frente a una tapia inmaculada al instante salpicada de un rojo denso no le abandonó mientras vivió. Sobre todo en aquella cárcel que fue su hogar durante tres años, tras conmutársele la pena de muerte a la que fue condenado gracias a su minoría de edad. Fue también en presidio donde redimió parte de su reclusión al aprender el oficio de platero. Era hábil; comenzó transformando antiguas monedas de plata en cintillos, humildes anillos de plata vieja.
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Oleg siempre había estado muy unido a su prima hermana, aquella chica a la que recordaba plena de alegría: Laia era su nombre, una zagala valiente que no dudó en reconfortar a Oleg al visitarlo en la cárcel en aquellos años de odios y guerras. |
Texto agregado el 06-01-2006, y leído por 194
visitantes. (4 votos)
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Lectores Opinan |
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02-07-2006 |
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me parecio muy circular... bueno. 5* aruald |
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24-05-2006 |
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Es un cuento excelente, distinto, y triste a la vez... Es muy bueno.. bruja |
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01-03-2006 |
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Sí, yo creo que igual es un relato intenso por las circunstancias de que habla, está descrito con mucho sentimiento. Bien! Quilapan |
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06-01-2006 |
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Muy buen texto. Parece inconcluso, no es asi? theonlyerath |
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