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LA MARIONETA

Sara era una marioneta de fina porcelana. Su cabello, una crin castaña que llegaba hasta los hombros, siempre bien peinada y brillante. Usaba siempre un elegante vestido púrpura con un cinturón de satín cuyos bordes caían ondeantes sobre el vestido; normalmente detestaba que le cambiaran el vestido porque le habían dicho alguna vez que el púrpura le iba muy bien.
Vivía en una casa de muñecas hecha de cristal desde la cual podía ver cada cosa que pasaba afuera y entorno suyo.
Era esta pantomima de persona, dulce y tierna como una rosa, pero como es de esperarse de cualquier marioneta, la inteligencia y movilidad que pretendía tener dependían de los hilos invisibles que ataban sus piernas y brazos.
Solía salir de su glacial palacio cuando Mónica, su dueña, la sacaba a pasear por los jardines y parques de la ciudad. Sin embargo, Mónica había crecido y los paseos cesado, así que, la linda muñeca de porcelana pasaba los días sentada esperando que alguien la arrojara de su encierro. Desde entonces, del amanecer al ocaso de sus eternos días, Sara miraba a través de su mansión vitrificada como se movía el mundo, como cantaba y fluía la historia en el tiempo.
Así, de tanto observar, mirar y volver a mirar, Sara, sin quererlo comenzó a pensar. Y de repente… deseo moverse como el mundo.
¡pobrecita niña! Nadie le había enseñado que quien no posee voluntad tampoco puede moverse. Sara olvidaba que toda ella era manipulada por cualquiera a su gusto y antojo por una serie de hilos semitransparentes que le atenazaban los miembros. Tal olvido era razonable un fino títere de porcelana rebosante de vanidad no suele fijarse en esos detalles.
De cualquier forma, Sara quiso moverse y en ese intento atolondrado y casi vano, se arrastro hasta la puerta de la casa, luego trato de erguirse sobre sus pies pero en un tras pie la marioneta al suelo fue a dar.
Semejante golpe dejo a la mísera Sara, con el rostro y el cuerpo profundamente agrietados, tendidos en el piso de madera. No sintió dolor, porque el mundo que giraba en torno suyo le enseño a no sentir.
De repente, por las fisuras de su delicado cuerpo algo empezó a brotar… unas ramitas verdes, algunas cubiertas de flores, salían de su inerte cuerpo. Junto a su pecho apareció de un tallo seco y marchito un tulipán dorado, fresco y resplandeciente.
En ese momento apareció Mónica, quien se detuvo afligida y molesta frente a la estropeada muñeca refunfuñando pues creía que alguien había tirado al suelo a su antigua compañera de aventuras infantiles. De rodillas junto a Sara, intentaba levantarla cuando se percato de la vegetación que recubría el cuerpo de la desafortunada marioneta. Trató de retirarla inútilmente, pues al hacerlo observo que las ramas y las flores se encontraban arraigadas a su delicado cuerpo.
Extrañada por este suceso, arranco el tulipán del pecho de la marioneta mientras exclamaba ¡ que curioso, la marioneta no estaba vacía, tenia estas florecitas a dentro!

Texto agregado el 05-01-2006, y leído por 168 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
15-03-2006 una interesante narración, buena analogía con el ser humano, se podría trasladar a la vida de muchas o muchos y calzaría perfectamente.***** curiche
10-03-2006 Me agrada. rodolfo_gc_pitti
10-03-2006 Tienes excelente comunicación entre tu cerebro y tu pluma. Puedes contar lo que piensas y eso es escribir. Te felicito. peco
 
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