Siempre ha sido difícil escribir un cuento de navidad, siempre también me propongo fervientemente hacerlo, y termino por claudicar, de hecho, ahora mismo no se si este intento culmine satisfactoriamente; sin embargo que otra cosa puede hacer alguien que como yo se ha pasado la vida pasando de cuento en cuento.
…érase pues una noche evidentemente solitaria y fría…helada mejor dicho, érase también una ciudad particularmente iluminada, -la ciudad de México- engalanada con miles de luces de todos los colores inimaginables, el centro bullicioso, el ir y venir de transeúntes con manos y pies entumecidos, con el dejo al andar, con los ojos y la boca congelados, alguno de ellos calentándose delante del enorme comal con suadero, impregnándose narices y aliento; por sobre todos ellos, sobresaliendo casi sin pedirlo asoma su cabecita rizada, sus mejillas enmohecidas y sus labiecitos resecos: Teresa, Teresita del niño Jesús, de andar lento, cabizbaja y pensativa, las manos enlazadas tras la cintura, el suéter raído y descolorido que apenas disimula los vellos erizados por el frío. Sonríe pese a todo, y entonces, en ese rostro ajado y maltrecho la brillantez de una mirada que parece resplandecer, imagínense nada más la intensidad de un lucero matutino. En ese transitar parece llevarse un bocado, y para ello, voltea la cabeza de uno a otro lado, efectivamente, hay un trozo de pan en su mano, es un pan recibido instantes previos, y es un trozo de pan que ha venido de mano en mano y de bocado en bocado, -no es cualquier clase de pan por lo tanto-, de allí el resplandecer de la mirada, y el paso decidido, y la sonrisa en el rostro.
Érase pues una ciudad engalanada, he dicho ya, la ciudad de México, y también he dicho una niña de la calle con un raído suéter, y una mirada radiante, y un pedazo de pan que no es cualquier pedazo de pan, si no uno especial que ha venido de mano en mano. Es un pedazo de pan producto de una horneada especial, amasado y preparado por unas manos especiales, es un pedazo de pan que ha salido de una masa sencilla y suave de harina, agua, levadura y azúcar, no mas, blanco, y suave cubierto de una corteza crujiente, es un pedazo de pan, que como a Teresita del niño Jesús, puede también a ti poner una sonrisa en tu rostro y un resplandor brillante en tus ojos, efectivamente, como si fueras también tú, un lucero matutino. La bondad.
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