Las paradojas de la felicidad
Pedro llevaba mas de dos semanas de tediosas pruebas médicas cuando el doctor, tras comprobar y apuntar uno a uno los resultados de la analítica en su historia clínica, le dijo como si se tratase de una insinuación, que, a falta de que llegara al día siguiente la última y concluyente prueba, todo parecía indicar que el diagnóstico mas probable de su dolencia se correspondía con una enfermedad que tenía el mismo nombre del cuarto signo del zodíaco. Totalmente ausente de sus circunstancias y tras un breve silencio valorativo, lo único que Pedro comentó fue que era toda una casualidad que ese mismo signo fuera el suyo ya que había nacido a finales de junio, -¿O tiene algo que ver?- le preguntó. El médico, sorprendido y descolocado por semejante reacción, se entregó con denuedo a la tarea de hacerle entender que no existía ninguna correlación científica al respecto y que hasta que no se recibiera la última prueba era algo que, a la vista de los resultados, había que considerar como muy probable pero no definitivo. El esfuerzo del médico fue absolutamente en vano, su mente estaba ya en otra parte. Con la poca habilidad social que le quedaba, Pedro atinó a mover la cabeza afirmativamente ante todos y cada uno de los argumentos esgrimidos y a despedirse hasta el día siguiente, cuando sería leída la sentencia definitiva.
Sin apenas saber cómo y completamente abstraído en sus pensamientos, Pedro dejó que sus piernas le llevaran a casa y lo dejaran en el descansillo de entrada. Volviendo apresuradamente de su exilio mental entró en su casa y con cara de jugador de póquer aburrido informó a los suyos que aun faltaba una prueba y que hasta mañana no habría diagnóstico. No tenía sentido adelantar acontecimientos, lo que tuviera que ser ya se contaría en su momento. Tras algunos comentarios adicionales que rellenaron los huecos temporales de su historia recordó, sin saber por qué, una serie de relatos relacionados con la felicidad. En cuanto pudo se dirigió a una estantería de su despacho y comenzó a buscar un libro llamado “Las paradojas de la felicidad”.
Poco tardó en encontrarlo, consciente o inconscientemente, sabía donde buscarlo. Habían pasado mas de 18 años desde que lo leyó por casualidad y recordaba vagamente algunas historias de aquel libro. A poco que buscó apareció la historia del hombre que iba cargado con una puerta en toda regla bajo un sol abrasador por el desierto del Sahara, preguntado por tal acción el hombre respondía que de esa forma cuando tenía calor abría la puerta.... ¡y entraba un fresquito! . Siguió buscando y leyó la historia de aquel otro que se compraba zapatos dos números mas pequeños, que a duras penas conseguía calzarse. De igual forma que el anterior, preguntado por el motivo, respondía - ¡No veas el gustito que da quitarse los zapatos cuando llegas a casa!-. Pedro esbozó una tímida media sonrisa y se fue solícito a por otra paradoja, en este caso la historia relataba las vicisitudes de una gacela que cargaba penosamente con una enorme piedra a sus espaldas, y al ser interpelada por ello contestaba - ¡Así cuando veo a un león la suelto y salgo escopetada!............
Dejó el libro en su sitio y decidió concentrarse en unos asuntos que requerían de su atención, no era cuestión de obsesionarse y que mejor que estar ocupado. La tarde transcurrió con una cierta calma tensa, pero calma al fin, mientras que la noche la descansó mejor de lo que esperaba, pero peor de lo que hubiera deseado.
Al levantarse de la cama por la mañana sintió todo el peso de la realidad que debía afrontar, apenas podía con su cuerpo, y su trabajo le costó ponerse en marcha. Una ducha rápida dio paso a un desayuno rápido y a un vestirse tranquilo. Por último se calzó los zapatos y tirando fuertemente de los cordones se los ató con toda la energía de la que fue capaz hasta que sintió el latido de su corazón en los empeines. Se despidió de su mujer, saludó a sus hijos y abrió la puerta de su casa, al atravesarla sintió una ligera brisa fresca. Todo estaba en su sitio, nada podía ya salir mal. Menuda paradoja, ....¡Ese día descubrió la felicidad!
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