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La mesa estaba repleta de comida. Un verdadero banquete, como no, si era el cumpleaños 107 del padre; abuelo; bisabuelo; e incluso tatarabuelo Renato, el patriarca de la familia, el rey de los Sanchez. Ahí estaba él, sentado en el puesto de honor, feliz, sonriente, sin darse cuenta que le habían puesto en su cabeza uno de esos gorros coloridos infantiles. Se veía tierno y sonreía a todo el mundo algo nervioso y tiritón.

Todos conocían su pasado como barrendero de las calles... todos le decian awelito, tata o viejo... todos lo servían y nunca lo dejaban solo. Todos lo bañaban... todos cambiaban sus pañales... todos le conocían entero.

"Los abuelos no necesitan privacidad", el mismo se había dicho a los 52 años, cuando su tía comenzó a necesitar la ayuda de todos. Pero ahora, en lo profundo de su ser se sentía triste... había pensado mal.

Hace aproximadamente 23 años que no lograba sentirse bien consigo mismo. Los primeros años lloraba en silencio por las noches, cuando nadie podía oirlo... y rezaba, juntaba sus manos como cuando era un niño mientras las lagrimas le empapaban su camisa arrugada. "Padre Celestial, en primer lugar quiero darle las gracias por esta familia tan linda y buena que me regalaste. Le pido, con todo mi corazón, que los bendiga a todos ellos, Señor. También mi Padre Celestial, deme fuerzas para resistir este tormento de ser un viejo desgastado y doloroso. Porfavor -susurraba llorando-, no quiero ser un estorbo... no quiero que mis hijos me vean como un bueno para nada... por eso yo quiero irme Señor... quiero irme lejos". Tomaba su pañuelo y se limpiaba la nariz. Lloraba todas las noches sin decirle a nadie. Pasaron unos años y llego el día en que casi lo sorprendieron llorando y se propuso tragarse la pena para siempre por la falta de privacidad.

Apagaron todas las luces del comedor y trajeron una gran torta con 107 velitas encendidas. Miro a su alrededor muy contento mientras todos: sus hijos, sobrinos, nietos y bisnietos cantaban sonrientes el "Cumpleaños Feliz".

"Otro año mas"... se dijo, mientras soplaba, pero no lloró... ya estaba acostumbrado.

Texto agregado el 04-01-2006, y leído por 379 visitantes. (10 votos)


Lectores Opinan
15-04-2008 Otra narración con muy buena claridad. Una crónica excelente, se nota el esfuerzo de ver mas allá. Aun así tiene el mismo defecto del anterior, no se queda en la memoria, es algo que uno puede leer y olvidarlo al poco tiempo. (3*) Rauzan
01-08-2007 Una vez leí que en algunos pueblos orientales (no voy a arriesgar uno en especial, porque no lo recuerdo bien y no quiero equivocarme) cuando los ancianos llegaban a una determinada edad o a un determinado estado de salud, físico, dejaban la casa, la familia, y partían solos, subían una montaña e iban a morir allí. Justamente, no querían vivir la experiencia de los últimos momentos de su vida y su muerte junto a sus seres queridos. No sé qué tanto haya de verdad en esto. Sin embargo, si pensamos en los geriátricos como un lugar en el que se deja a los abuelos ... no parece cambiar mucho la situación. Felicitaciones, mis estrellas. sara_eliana
23-07-2007 Buen texto amigo, como impregnaste la tristeza en las palabras; genial. Saludos ^^ ***** Seifer
19-04-2007 La vejes no es un estado normal en la naturaleza, supongo que es igual para la mente. Lo que es realmente triste de todo esto, es pasar 107 años y causar la misma conmocion en el universo que una sombra ARZEL
21-11-2006 Que mala suerte, ya deseaba irse y 107 años. jonh
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