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Sus manos metálicas la seguían. Sus ojos, vidriosos, sin una chispa de vida, permanecían fijos en ella. La miraba volar, revoloteando en el cuarto en que se encontraba confinado. Hipnotizado por la belleza de aquel ser, desconocido para él, seguía con su mirada cada movimiento, cada aleteo...

Poco a poco, venció el óxido entre sus caderas. Estiró sus piernas, poniéndose de pie, sin quitar su vista de aquella maravillosa entidad que invadía su espacio. Estirando sus brazos hacia ella, caminó unos pasos. Ante su acercamiento, la mariposa levantó el vuelo nuevamente, asustada por los toscos movimientos del robot que caminaba hacia ella. El robot aceleró el paso, comenzaba a correr tras la mariposa, mas el largo tiempo almacenado, sin movimiento, había oxidado sus coyunturas, y cayó al suelo con estrépito.

Poco a poco, se levantó, observando siempre a su intrusa. Su belleza lo cautivaba, era algo que nunca en su existencia había visto. Encerrado desde hacía tanto tiempo, cuando su creador lo consideró obsoleto, jamás había visto algo así; no había tenido compañeros ni invitados en su cerrado espacio.

Sin embargo ahora estaba ella, que con sus hermosas alas llamaba su atención, aquellos colores que monopolizaban su mente y su pensamiento... Estaba cautivado.

Poco a poco, volvió a levantarse. Sus piernas, aunque aún oxidadas, se mostraban más dóciles, menos rígidas al movimiento. Estiró sus brazos nuevamente hacia la mariposa, tranquila y lentamente, para que esta vez no escapara. La mariposa movió suavemente sus alas, sin levantar el vuelo, como si asintiera al acercamiento del robot. Éste se acercó, lentamente, hasta que la tuvo cerca. Contemplaba como la escasa luz que entraba al cuarto por aquella mísera ventana iluminaba a su compañera, como si fuera un hermoso tesoro entre el gris montón de despojos que le rodeaban.

Con un dedo, tocó sus alas. La mariposa voló a su alrededor, y el robot sentía como si su pequeña compañera bailaba con él. Finalmente, se posó sobre su dedo extendido. Embelesado aún con su belleza, el robot acercó la mariposa a sus ojos. Sus colores resaltaban entre los sombríos escombros que habían a su alrededor, desechos también de su Creador, aquél que alguna vez fue su amigo, y que ahora lo había tirado como a tantos otros cacharros.

Con su otra mano, acarició lentamente a la mariposa. De vez en cuando, ella volaba, y se volvía a posar sobre sus manos. Se sentó en una caja, jugando con su compañera como si fuera un niño.

Quería conservarla. Quería que se quedara para siempre con él. La encerró entre sus manos, dejando un pequeño hueco para poder verla entre sus manos... Pero la mariposa se asustó nuevamente, y levantó el vuelo a través del espacio entre sus manos. Y por el mismo agujero en la ventana que había entrado, salió, mientras el robot veía cómo su única compañía huía de él, sumiéndolo una vez más en la misma gris rutina de antes...

Regresó al mismo puesto donde la había visto. Se dejó caer pesadamente en el suelo, y sentía como nuevamente sus coyunturas se oxidaban... Sus ojos de vidrio se hundieron, mientras se oscurecía su cuarto al apagarse el sol. Sus piernas se oxidaban nuevamente... Pero en sus dedos guardaba aún un SENTIMIENTO... Jamás en su existencia, al tocar algo, había sentido nada, ni siquiera al tocar a su Creador... mas al tocar a aquella mariposa, sus dedos habían sentido la suavidad de sus alas, el gentil toque de sus patas...

Sumiéndose en su oscuridad, el robot se cerró por completo, terminando su existencia, aún con aquel sentimiento en sus dedos...

Rodrigo Bolaños

Texto agregado el 04-01-2006, y leído por 116 visitantes. (1 voto)


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