Decía Franz Kafka, en alguno de sus escritos, que su abuelo le había descrito el tiempo más o menos así:
...se ha comprimido tanto en mi memoria, que no puedo imaginar cómo un hombre cualquiera puede atreverse a emprender la más mínima tarea, incluso ir al pueblo más cercano, sin el temor que hacerlo le demande toda su existencia.
No sé si el tiempo, pero tal vez sí la percepción que tenemos de él, pareciera estar directamente relacionada con la longitud de nuestras vidas.
Mientras para un bebé, un año es mucho más tiempo que el que ha vivido, casi una eternidad, para un hombre de 80 años, es apenas una ínfima fracción de su existencia, casi un instante de su juventud.
De ahí quizás la reflexión del abuelo del genio de Praga.
De ahí quizás que todos los años, año tras año, pasen mucho más rápido de lo que esperamos.
De ahí quizás la infancia haya pasado sin que nos demos cuenta, la adolescencia sin que la hayamos notado, la juventud sin que la vivamos, la madurez sin que la disfrutemos y en la vejez... tal vez, sólo tal vez, podamos darnos una idea de lo que perdimos.
Quizás, sólo quizás, eso sea el tiempo.
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