Esperando el tren

En la estación del abandonado ferrocarril de la ciudad encontré sentada en una banca a una mujer que despertó intriga en mí. Yo solamente era el sereno de la estación y no tendría por que preocuparme nada mas que por el cuidado de las instalaciones, sin embargo vi a esa mujer aturdida, desconsolada y me acerqué a apaciguarla.

—¿La puedo ayudar en algo?.-Le dije. No respondió, su mirada estaba clavada hacia las vías del tren, aguardando su llegada. Ahora que estaba a su lado, contemplé su vestimenta inusual, llevaba puesto su vestido de bodas, sus zapatos blancos y una corona de flores. No me miró siquiera. Había descubierto a una joven mujer de aproximadamente unos veinticinco años.

Esta mujer volvió a la estación al día siguiente, con la esperanza de que el tren pasara a recogerla, por lo menos eso pensaba yo. Otra vez con la misma ropa y los mismos zapatos, y otra vez me acerqué para hablarle.

—¿Señora?-Avisándome. Despertó de su lejanía y volteó para verme.
—¡Señorita!, todavía.—Me respondió con una voz suave y juvenil. En mi rostro hubo una sonrisa, complacida.
—¿Qué la trae a esta vieja estación y vestida de esa forma?
—Espero la llegada de mi futuro esposo. ¿Sabe?. Es maquinista, y prometió recogerme en esta estación para llevarme de vuelta a mi pueblo para al fin casarnos. –Me contó entusiasmada, excitada de poder compartir sus deseos con alguien más. Yo le seguí la corriente, me di cuenta que esta mujer estaba totalmente trastornada psicológicamente, loca, para decirlo más fácil.

Y volvió todos los días del mes, del año, esperando la llegada del tren y su amado maquinista. Al tiempo en que pasaron los días, fui conociendo sus aventuras. Me contó sobre su niñez en una granja, entre los campos de soja y de trigo, de cómo aprendió a ordeñar a las vacas, a fabricar mantecas y quesos y de sus amoríos con los gringos. Me conmocioné mientras detallaba el primer beso con su prometido, cada situación, cada instante era contado con tanta elegancia que me sentí partícipe de su vida. Habló de sus planes acerca del futuro, de tener hijos y envejecer al lado de él. De la forma en que llegó a vivir en esta ciudad y de cómo volvería a vivir en su pueblo natal.

Nunca intenté sacarla de su mundo de fantasía, de hacerla reaccionar y que por fin entienda que el tren jamás pasará por aquí. Y su vida se ha ido marchitando con el paso del tiempo, pero conserva la ilusión que la mantiene viva y la hace regresar todos los días a la vieja estación.

—Fue un placer haber sido su oído, y déjeme decirle que tiene las puertas abiertas de mi casa para cuando quiera que alguien la vuelva a escuchar. —Me despedí con un beso. Pasaron más de quince años de charlas en la banca, y su cuerpo ya no era el de una mujer joven, había envejecido notablemente, las patas de gallo la delataban al igual que su cabello blanco.
—Adiós. — Me dijo, y volcó su mirada hacia las vías del ferrocarril.

El nuevo sereno de la vieja estación caminaba entre las instalaciones. De repente vio a una mujer sentada en una banca, con la vista clavada a las vías, perdida.

—¿Le ocurre algo señora?—Le preguntó. El hombre se sintió desubicado, la mujer llevaba puesto un vestido de bodas amarillento, zapatos que en algún tiempo fueron blancos y una corona ya sin flores.
—¡Señorita! —Objetó la mujer ya anciana. Se rió.
—¿Y que hace vestida de esa forma?. —Preguntó.
—Espero la llegada de mi futuro esposo. ¿Sabe?. Es maquinista, y prometió...