BASTARDO Y MALQUERIDO
Son las seis de la tarde y el bar comienza a cobrar ambiente. Tengo dinero en el bolsillo y tengo ganas de moverme. Apuro el segundo Whisky y dejo un billete junto al vaso; Un solo vicio ya no es suficiente, necesito amarlos todos y tengo ganas de moverme. Salgo del bar. El camarero mira el billete y calla. Sobran doscientas pesetas.
Cojo el coche y me dirijo al centro de la ciudad. “¡Mierda! No llevo caldo”. Como me jode tener que echar gasolina. Hago un cambio de sentido, giro a la izquierda sin mirar y me meto en la gasolinera. Delante un Ford fiesta nuevo se aproxima lentísimo al surtidor de súper. Me desespero. Acelero bruscamente, hago una maniobra tan hábil como arriesgada y adelanto al Ford ante el cabreo del joven conductor. Abro la puerta, salgo y le miro durante un par de segundos. Lo ignoro y quito el tapón del depósito. Me apoyo en el coche y espero. -¿Cuánto?- me pregunta un hombre de pelo cano.-Lleno- le respondo observando su ridícula vejez. Acciona los botones e introduce el mango en el depósito. Mira el reloj descuidado y yo miro la riñonera llena de billetes sonriendo como un cabrón. Descaro y provocación en mi rostro. El viejo se da cuenta. Gira la cabeza a la cabina, luego al marcador, la cabina, el marcador. Está nervioso y aún faltan cinco litros, cuatro, tres, doy un paso hacia delante y meto la mano en la chaqueta. Retrocede asustado y deja de presionar el gatillo. Saco la mano de la chaqueta y le alargo un billete de cinco. Pongo cara de hijoputa y me largo. Faltan dos litros.
Tomo dirección oeste. Semáforo en rojo, frenazos al límite. Coches a los lados, coches detrás. Delante el sol crepuscular golpea contra mis ojos; La ciudad se envuelve en un tono rojizo, de sangre enferma. Semáforo en verde, delira el asfalto.
Las casas se aprietan en sutil desorden. Calles oscuras, eterna humedad en sus paredes. El centro es un maravilloso caos.
Avanzo despacio, muy despacio. Frente a mí un solar semivacío. Entro. Baches por doquier. Apenas sí quedan unos charcos y la tierra está seca y dura. Aparco. El Púb. Se encuentra a dos manzanas escasas. Enciendo un cigarro y camino sin pensar en nada. Me detengo frente al luminoso todavía apagado. Levanto la cabeza y leo: PUB LIBS. Agacho la cabeza: botas cubiertas de polvo. Saco un pañuelo del bolsillo, las limpio y tiro el pañuelo. Paso y voy directo a la barra. Al otro extremo el dueño, un africano de color, dialoga con dos compatriotas sucios con aspecto de ilegales. Me mira y se encoge de hombros. Su ademán confirma mi pronóstico. Pone un whisky que no he pedido y me lo trae. Llama a Alex por el que no he preguntado y viene; Deseo ambas cosas. Alex me saluda efusivamente. Habla pero no sé lo que dice. –Quiero uno- le corto tajante. -Tiene prisa el señor- me dice en un incorrecto castellano. No la tengo, no le miro y enciendo otro cigarro. Se marcha con los dos ilegales. El dueño se acerca pero no habla, ve la televisión. Vuelve Alex con la droga. La deja encima de la mesa y le pago. Hay total impunidad, pero voy al servicio. Paso la coca del plástico a una papela que preparo. Saco la cartera y dejo el material sobre el lavabo. Me doy la vuelta y meo. El servicio no está limpio. Todo correcto. Hago una gran línea sobre la cartera. Hago un canuto. Aspiro con fuerza siguiendo la línea que se esfuma mágicamente. Esfuerzo insuficiente. Caen unas motas al lavabo. Tapono el orificio nasal y aspiro de nuevo varias veces. Ya está dentro. Chupo la cartera como un perro y la guardo. Estiro de la cadena; Estoy en el servicio de mujeres. Salgo. La lengua se duerme ligeramente. Alex toma un combinado en la barra. Le guiño el ojo en señal de aprobación. Asiente con la cabeza y le doy un trago al whisky. La droga corre por mi cuerpo. Es martes pero podría ser cualquier día. La puerta se abre. Entra una burguesita drogota con un perrillo insufrible. Está buena la muy zorra. La imagino ligeramente inclinada contra la pared sugiriendo bajo la minifalda unas hermosas nalgas desnudas. Pasa junto a mí y expiro el humo contra su nuca. Su cuelgue no me merece ningún respeto. Me voy.
Me dirijo hacia el coche. No dejo de recordar a la zorrita del libs. Mi polla forcejea con el apretado calzoncillo. No hay tregua, no la quiero. Doy media vuelta y bajo la calle en dirección a la plaza del gobierno. El reloj del ayuntamiento ofrece siete campanadas mientras la polla busca la libertad hacia la izquierda. Llego a la calle de la Sagrada Concepción. En la zona se agolpan clubes de voluptuosos rótulos. Elijo el de nombre Venus. La estancia está vacía. Nadie tras la barra. Tres putas fuman sentadas cómodamente en un rincón. Ninguna hace caso. Ninguna me gusta, pero subiré con cualquiera. Se decide una negra algo gruesa. Acepto el precio y subimos. No hay magreo, ni sonrisas, ni gilipolleces. Le pido que se perfume y me hago una raya. Se desnuda, me desnuda y me pone el condón. Empieza a comerme la polla y me dice- acércate cariño-. La miro enfurecido. No quiero palabras, ni besos, ni caricias. Responde con una mueca burlona. Paso de ella y le meto la polla sin cuidado. Apoyo las manos en la cama. Comienzo a empujar. La cruz de la cadena pendula al ritmo de la cintura rozando la cara de la puta. Contemplo a Cristo y me dejo llevar por su vaivén hipnótico. La puta gime como una loca y empieza a molestar. Dice - ¡tócame! Folla no como los animales-. Y dobla mi codo con fuerza. Cedo por la izquierda. Me levanto y le suelto una ostia. La negra me maldice en portugués y yo sigo empujando. La tenue luz de la mesilla se refleja en sus ojos y en la sangre. Empujo con más fuerza y la negra apenas grita. No pienso en nada. Sudo y termino en silencio. Me visto y enciendo un cigarro. La negra me insulta y dice que me he pasado del tiempo. ¡Qué se joda!. Insiste pesadamente. Se abalanza contra mí. La tiro contra la cama, luego contra el suelo, cierro la puerta y desaparezco del club cabreado.
Subo por la plaza del gobierno y veo un McDonals abierto. Odio la comida americana. Pido una hamburguesa simple, demasiado simple y una cerveza. Entro al servicio. Está inmaculado y me siento incómodo . Meo haciendo fuerza y salgo rápido. Un grupo de adolescentes juega y hace el idiota despreocupado. Intento recordarme a su edad y no recuerdo nada. Cojo la bolsa con la bazofia y la devoro en el coche. Es el primer bocado del día y son más de las ocho.
Me hago un cigarro de coca. Arranco. Tiro la bolsa por la ventana y me dirijo al barrio sur. El tráfico ha disminuido y conduzco más rápido. En el barrio hay sitio para aparcar. Lo hago frente al patio de Toni. Me acerco y unos crios de apenas quince años me piden un cigarro. Se lo doy. Beben litronas y se van a liar un porro con mi cigarro. En la acera de enfrente un borracho vomita a la sombra de un árbol perdido entre el cemento. Lo observo y lo olvido. Subo al tercer piso. Me abre Rosa, pone cara de mártir e intenta besarme cuando Toni me abraza y sonríe. Sonrisa amarga, ojos brillantes. En su rostro hay angustia y placer. Habla por no llorar pero no sé lo que dice. Está muy puesto pero nunca es demasiado. Me ofrece caballo y no le creo. Insiste, lo observo incrédulo, y levanto la mano en tono amenazante. Le mando a la mierda. Ríe jocoso y sus ojos se iluminan frente a los míos. – Quiero ser grande esta noche- me dice. Habla de matar a un hombre, a cuantos se pongan por delante. Habla de la muerte y yo no pienso en nada.
Entro en la vieja cocina. Hay grasa en el suelo y en las paredes. Huele mal y la fregada excede de la pila. Abro la nevera también pegajosa y cojo algo de comer. Toni hace ruido en la habitación contigua. Rosa viene por detrás y me acaricia los huevos. La aparto bruscamente y me manda a la mierda. Se aleja despacio y parece sollozar. Se detiene, voy hacia ella, me dice hijo de puta maricón y me lanza un cuchillo que consigo sortear. Corre a su habitación y yo miro el cuchillo. Me siento en la cocina y hago dos rayas. Introduzco una por cada orificio y miro el cuchillo. Toni vuelve con dos grandes pistolas. Las miro y miro el cuchillo. No pienso en nada y le sigo.
Atravesamos el estrecho y largo pasillo. Decenas de calendarios lo decoran. Lo atravesamos corriendo. Cada uno marca un mes. Cada mes marca un año. El tiempo se escapa veloz. Cogemos su coche. No veo ningún calendario. Es martes pero podría ser cualquier día. Necesito un calendario para sentir que no es cualquier día. En el asiento trasero hay un viejo periódico. Leo la fecha y me tranquilizo. Toni conduce como puede y yo empiezo a ponerme ciego. Toma la autopista. Va muy deprisa pero nunca es suficiente. Todo comienza a ser absurdo. Él está muy puesto y yo no pienso en nada. En el salpicadero hay un libro. Lo cojo y leo: “ en la carretera” Jack Kerouak. Las letras se desvanecen y miro al cielo: ¡ Qué extraña senda trazan las nubes en su orgía cotidiana a las almas sin pecado!. ¡ Cómo ríe Dios al verlas venir, cuanto al violar su pureza borracho de ira!. ¿ Tanto nos ama por ello a sus otros hijos?. Los malditos, a su imagen y semejanza. Abro la ventanilla, lanzo el libro al aire y admiro el aleteo de sus hojas. El cabrón vuela alto. Como una paloma desciende embriagado de velocidad. Todas cuanto llevamos, toda. Saco el cuerpo por la ventana. Extiendo los brazos y aleteo como un ave desesperada para posar mi alma en la senda. Siquiera para tocarla una vez. Tan sólo para verla de cerca al son del silencio eterno. El corazón se acelera excitado y ya no quiero pensar en nada. Bajo de mí, sólo quedan hombres disfrazados de mentira. Ahora existo y nada importa...
Oigo un grito. Toni me pone la pistola en la sien y vuelve a gritar. Yo también le grito y empujo su brazo hacia arriba. Dispara sobre el techo. El coche se desestabiliza. Intento enderezar el volante con una mano mientras aguanto el brazo de la pistola con la otra. Suena su risa y otro disparo. Hago fuerza hacia la izquierda. Suelta el volante y me golpea. Salimos despedidos a la izquierda. Cruzamos la mediana. El coche salta. Le miro la cara, los ojos. Las pupilas se hacen infinitas y sobre ellas se cierne un trailer. Cierro los ojos y pienso en la muerte...(suenan dos disparos)
Víctor Raga. Amargo verano de 1996.
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