Regresé de nuevo a casa. Comencé a buscar algún directorio telefónico para discar algún número. Tomé el teléfono y me fijé que aún en los botones había rastros de greda de esa máscara que tuve realizar para el ramo de arte. Debía limpiarlo, pero si no lo hice antes, ¿por qué hacerlo ahora? Mejor dejarlo como recuerdo. Después de haber llamado a mis amigas de colegio y no encontrarlas, me di cuenta de que nuestros caminos se han separado de tal manera que ese nexo colegial que poseíamos era como la greda en los botones de mi teléfono, sólo un recuerdo. Y para ser optimista, pensé que los números que tenía anotados eran demasiado viejos y que seguramente los cambiaron.
Después de hacer un “zapping” nacional e internacional, volvió a mi cabeza el recuerdo de mi grupo de amigas y el comentario de una profesora, de que sería muy difícil mantener el contacto al abandonar la burbuja colegial. Debo admitir que no he hecho todo lo posible para que los lazos no se deterioren más, pero cada vez que el tiempo me lo permite, dejo algún mensaje en la página que construimos para no perdernos de vista. A veces me pregunto si este sentimiento es natural o debería dejar que cada camino se bifurque de manera que el destino quiera. Sé que es un cambio grande porque antes nos veíamos cinco veces a la semana y compartíamos más horas entre nosotras que con nuestros mismos padres y ahora cada una tomó su autopista blindada con escasas salidas y conexiones para transitar en compañía.
Son nuevos cambios que se presentan en mi vida y que aún debo digerir o comprender. Lo peor es seguir esperando los que vienen.
¿Estarán las sinopsis de éstos en alguna cartelera capitalina?