Hace unos meses que estás ausente y aun me parece que estás aquí, a mi lado, abrazándome para no sentir el frió.
Espero que estés bien, donde estoy el ambiente es muy húmedo y los días son de un color muy gris. . .
Lamento mucho que tuviéramos que separarnos así, de una forma tan repentina y violenta, sin embargo ese fue nuestro destino. Al principio solíamos encontrarnos todos los domingos por las mañanas, en el mismo lugar, a la sombra de ese edificio; curiosamente siempre hacíamos lo mismo; recordábamos los buenos momentos que vivimos cuando éramos novios, cuando paseábamos de la mano mirando los atardeceres (de los cuales ya no he podido disfrutar, ahora solo veo una eterna noche), las comidas afuera y todas esas cosas típicas de las parejas. Después me quedaba callado porque me gustaba oír tu voz con un tono melancólico, que susurraba dulcemente cuanto me querías, tomaba una posición cómoda , dejándome arrullar por tus palabras, entonces dormía, dormía mucho, al despertar tu ya te habías ido y me quedaba esperando hasta tu próxima visita.
Pero poco a poco nuestros encuentros se tornaron menos frecuentes y más cortos, hasta que un día, sin ninguna explicación, no volviste a aparecer. Pienso, más no encuentro motivo, ¿Acaso has dejado de quererme?
Han pasado 18 semanas sin verte, por eso te escribo esta carta, pues deseo volver a escucharte, como también deseo hablarte aunque tu no me oigas, quiero que sepas cuanto te amo y que no he podido olvidarte. Me siento tan solo, a pesar que ahora tengo un compañero con quien platicar, esta muy delgado y pálido, debe ser por aquella extraña enfermedad de la que me platico.
Me despido no sin antes recordarte nuestro juramento: nos amaríamos más allá de la muerte. Recuérdalo de la misma forma en que lo hago yo, porque no se, quizá si lo cumplimos, nos encontraremos muy pronto para volvernos a amarnos aquí, en la fosa común.
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