EL PIMIENTO
(de: Historias clandestinas)
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Con mucho cariño a Susurros
Dedico este cuento a 6236013 o Marta Victoria y con mucho aprecio al peñi Rubén (Newen) y a todas las cuenteras y cuenteros que ansiamos vivir en un mundo más humano, más solidario e igualitario. Un Mundo en donde sea POSIBLE HABITAR TODOS
Y el Chofer de ese camión llevaba y traía carga desde el norte chileno, varios días y de regreso debía mamarse en cada viaje, el sol de la pampa le agotaba, allá entre Iquique y Antofagasta en donde salvo un par de posadas y las oficinas salitreras que aun quedaban en pié o como cementerios no había nada más, solo sol en el día y camanchaca fría en la noche y el llano liso de tierra horadada por las barrenas y palas de los obreros calicheros allá en los últimos años del siglo 19 e inicio del veinte.
Aquel conductor de camión había nacido en las tierras de la selva valdiviana. Le encantaba mirar el paisaje colorido de los cerros nortinos, aquellos que muestran sus riquezas a través de los colores, sean los verdes turquesas de los cerros con cobre o café de hierro y la gran gama de colores que hay entre ellos.
Pasado Los Vilos comenzaba a echar de menos su sur lluvioso y verde y a medida que comía kilómetros de carretera le sumía la depresión por ese color de tierra y mar, cuando regresaba desde Arica detenía su camión en el cruce del río Loa, bajaba y en alguna parte de un salto cruzaba el río, eso siempre le traía el recuerdo del Bio-Bio o del Calle-calle con sus grandes caudales de agua.
Cuando iba desde Valparaíso a Antofagasta, veía que un poco mas allá de La Calera se iniciaba el dominio de los grandes pimientos y que en la pampa atacameña además del tamarugo era el único árbol que lograba mantenerse en pie regalando algo de sombra a los viajeros, sus troncos evidenciaban la dificultad para crecer, nunca crecen rectos como las araucarias o los eucaliptos invasores que matan la tierra y secan las napas subterráneas se decía cada vez que los miraba a la entrada de Copiapó- sus troncos culebrean como buscando la ruta más húmeda para ascender al cielo, su corteza llenas de heridas, costrones y cototos coronados por sus hojas pequeñas encajadas en cada uno de los racimos de verde clorofílico, además, se ven hermosos cuando maduran con sus pequeños frutos, tan rojos y de olor tan penetrante.
En sus viajes al norte con su carga de vegetales o cuando regresa con mil y un articulo de otras tierras, lleva o trae a la gente que le hace dedo en la carretera, así día a día, viaje a viaje va sumando historias de esa pampa árida, a los que siempre sube a su cabina es a los habitantes del desierto, su termo siempre con agua hirviendo, el mate y la yerba siempre a mano, así que con sus pasajeros ocasionales conversa la amistad con un mate en la mano.
Aún es época de sobrevivientes de las grandes y pequeñas oficinas salitreras, por lo que conoce mil historias y más de un sobreviviente de alguna matanza ha llevado, es hombre de trabajo, agacha la cabeza con ira cuando oye de los llamados palomeos, o de La Curuña, de San Gregorio y que decir de la Escuela Santa María de Iquique, le cuesta entender que a los mineros del salitre las pagaban con fichas y que dichas fichas eran solo canjeables en la misma oficina, y que los negocios en las oficinas eran de los mismos dueños de las oficinas, las pulperías, y que allí se cobraba más del doble de lo que costaba en el puerto de Iquique, así que además de lo escaso del salario, este se lo comía el mismo patrón.
Le contaron que muchas oficinas tenían nombre de mujer y que eso era en honor a la amante de turno del dueño.
Cada vez que entraba en el Llano de la paciencia, sacaba una cassette de su guantera y ponía una canción que le encantaba
Tengo semillas y otras especias
que hacen milagros con las conciencias
fertilizantes para desiertos
muchas mañanas de cielo abierto
juegos sin trampas historias nuevas
nuevos caminos, canciones nuevas
hasta pomadas que curan heridas
de esas que solo deja la vida
y poco a poco tengo una promesa
que echen del mundo tantas tristezas
Trataba de siempre ir acompañado en esos sequedales, no podía dormirse, algún viaje lo hacía con su mujer, más nunca se cansaba de mirar el horizonte, jamás olvidaba de soñar con sus verdes sueños, en sus sueños mira a los hombres de la pampa, con sus trajes de tela de saco harinero y grandes barretas o barrenas y palas para cargar el caliche en los vagones. Pensaba en los enganches de campesinos en el sur, cuando llegaban los enganchadores y les vendían la pomada a los inquilinos de que en la pampa se harían ricos sacando salitre, y los huasos buenos p´a la pala y para trabajar horas y horas bajo el sol, tomaban sus pertenencias, las metían en un par de sacos, cargaban hijos y mujer, se encaramaban a los trenes y marchaban al norte a tentar suerte, pero la suerte estaba en salir vivo de allí.
Observaba los pimientos, le gustaban por que su raíz se agarra a la tierra busca el agua y crece, en algunas oficinas los había, un día, estando en la capital, pasó por un vivero de plantas y compró un arbusto, un pimiento, lo llevó a su casa, su mujer no entendía nada ya que no lo plantó ni en la calle ni en el patio, lo metió en un tarro grande, con mucha tierra, y lo guardó, cuando vio que había sobrevivido al primer cambio, lo subió al camión, cargó algo de tierra vegetal, pala y chuzo y una lata con 20 litros de agua, partió con su proyecto de árbol al norte, esa vez llevaba sandias, melones y su pimiento, cada cien o mas kilómetros baja a mirar como iba su arbolito y llegó a Antofagasta y sé metió a esa pampa, en la mitad del camino entre Iquique y Antofa, detuvo el camión, tomó al árbol y lo bajó, con chuzo y pala hizo un hoyo grande, puso tierra de Santiago, metió el tarro con el pimiento, rompió la lata en varios lados para que lar raíces saliesen por allí, le colocó los veinte litros de agua y puso un cartel al lado. Compañero de ruta, si llevas agua, dame de beber que tengo sed, mañana te convidaré sombra
Cuando detenía la máquina en alguna posada y bajaba a almorzar con algunos otros colegas de trabajo, conversaba del pimiento en medio de la pampa, la mayoría se reía de él, hacían bromas, le colgaban motes, pimentel le llamaron muchos, pero, el hombre siempre decía que crecería el árbol, que crecería como crecen aquellas animitas en la vera de las carreteras, se afirmaría a la tierra y sería como un lunar de sombra en la pampa, casi siempre decía así como le colocan velas a las animas en donde fueron muertas, así llévenle algo de agua al pimiento bromas iban y venían, pero, sus ruegos por el agua para el árbol hacía mella en la mente de los camioneros, y comenzó a ser normal que día a día se viese parado algún gran vehículo en medio de la pampa, justo allí en donde había una ramita con algunas hojas verdes, el chofer parado en medio de ese desierto con 40º, 50º o más de temperatura y echando agua al pequeño pimiento, este, porfiado como el mismo chofer sorbía el agua solidaria, la bebía con ansias, y crecía. Al inicio de los días de sol y noches frías no se notaba como crecía, pero, el dueño (dueño es un solo decir) observaba con alegría cuando en cada viaje contaba las ramas y hojas y habían más, centímetro a centímetro subía, enclenque en un comienzo. El árbol comenzó a engrosar su tronco, el cartelito se cayó con el viento pampino, pero, ya no era necesario, no lo era porque los hombres de la ruta, paraban y volcaban agua en su tronco, las bromas se iban transformando en charla, muchos se sentían algo a sí como dueños o padrinos del arbolito, discutían por la cantidad de ramas que habían brotado, unos decían que habían crecido cinco y otros siete o diez, la cantidad de sombra que regalaba, si había alguien que no sabía se le contaba y se le pedía llevase agua de más y se la diese al arbolito éste, crecía y crecía, el viento lo llevaba de un lado a otro, su tronco culebreaba al cielo, un día, amaneció rojo, era como la canción, pimiento rojo del norte, en alguna posada esa noche se brindó por las pequeñas esferas rojas, había florecido y dado sus frutos, era como un ser pleno, hubo alegría.
De alguna manera el paisaje lunar cambió, al cabo de un par de años, el pimiento fue árbol, ya fue sombra, fue asilo a los que allí se pararon a charlar, a colocar agua y por que no, un día algún camionero chofer llevó a la pampa un tambor de doscientos litros, limpio lo colocó al lado del ya pimiento maduro y le volcó agua limpia, colocó un trozo de azufre para matar las bacterias y se fue, ese estanque fue llenándose con el agua necesaria en medio de la aridez, y quienes llegaban con los motores de sus camiones hirviendo peligrosamente, sabían que encontrarían agua limpia, pura para sí (aunque algo tibia) y para el radiador que necesitaba de esa agua, hubo una mesa hecha con tablas de quien sabe donde, mesa construida para la charla en el desierto, ese gran trozo de tierra del que se dice es el más árido del planeta.
El pimiento verdirrojo creció con la fuerza de la tierra o como diría mi peñi Rubén, con la Newen mapu.
En la planicie de esa pampa en donde parece un pequeño lunar ante tanto café de tierra y arena que se ve tan bello como una de las pecas en la frente o espalda de esa gitana de nombre Aylaia, bello y libertario como el espíritu de los habitantes del desierto y los gitanos que recorren el planeta.
Sus frutos rojos iluminan tanto como iluminan la primavera las flores del almendro y los azahares blancos del jardín de Marta Victoria.
Curiche Invierno 2005
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La historia del pimiento se la oí a compañero de viaje en un bus cuando iba a Antofagasta a tomar el lugar que me correspondió en la lucha contra la dictadura feroz que asoló la patria entre 1973 y que aun no acaba del todo
Newen en un comentario ha escrito los versos de la canción que hizo Víctor Jara a los pimientos de la pampa. Lo coloco en el mismo texto que refleja al árbol y al hombre que habita esos lugares.
EL PIMIENTO
(Victor Jara)
En el centro de la pampa vive un pimiento,
sol y viento pa su vida, sol y viento.
Coronado por la piedra vive el pimiento,
luna y viento lo vigilan, luna y viento.
Cuando sus ramas florecen es un incendio,
tanto rojo que derraman,
rojo entero, rojo entero.
Nadie lo ve trabajar debajo el suelo,
cuando busca noche y día su alimento.
Pimiento rojo del norte atacameño,
siento el canto de tus ramas en el desierto.
Debes seguir floreciendo como un incendio,
porque el norte es todo tuyo,
todo entero, todo entero.
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