No sé si me estabas viendo,
pero yo sí te devoraba con la mirada.
Quizás parecía una sirnvergüenza,
pero no lo podía evitar.
Disfruté tus movimientos aunque estabas lejos,
disfruté tus manos sobre unas caderas que no eran las mías
y me llené de alegría con el sudor que derramaste lejos de mí.
Ni siquiera me entró la codicia de recoger tu rocío,
tampoco me interesaba sentir tu respiración,
ni rozar tu piel.
Tan solo quería disfrutarte.
Gozar que me gustaste desde que te vi
y agradecerle al destino por llevarte tan cerca
en el momento que más lo necesitaba.
Si supiste que estaba ahí,
fue ganancia;
y si te alejaste,
me dabas razones para entretener mi pensamiento
y perseguirte con la imaginación.
No espero agradarte,
no espero conocerte,
ni mucho menos tenerte...
Aspirar a tanto me acusaría frente a la vida de ser ambiciosa
y de alimentar mi gula de felicidad.
Me siento satisfecha con lo que me das,
sin darmelo.
Porque lo tomo sin permiso
y te lo devuelvo en cada suspiro con que,
de cuando en cuando, llenás mi corazón.
Esta dicha de haberte conocido duele,
pero se disfruta
y jamás, pero jamás, me avergonzaré de decir que te deseo
que te siento como el ser más sublime,
que si no acepto que te quiero,
es porque no puedo darle a mi corazón ese lujo;
y me niego a ofrecerle a mi alma
la oportunidad de tal atrevimiento...
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