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El agua

El agua vino y se lo llevó todo. Llegó de noche, como la muerte verdadera, y silenciosa, se llevó el sueño. La vigilia de ojos anchos e inmóviles duró dos días y mientras unos miraban al cielo, mi padre rogaba a las nubes. Guardamos primero lo más importante, comida, ropa y algunos documentos- sueños, mi familia, ya no tenía- y subimos a casa de Francisca. Las madres lloraban apretándonos contra su pecho frágil e impotente entonces, que aún éramos niños.
La oscuridad rota por el baile de sombras de la luz de las velas, reveló las grandes manos de Don Tomás, el abuelo de Francisca, sobre las de mi padre, que temblorosas, aguantaban su rostro desesperado. Luego subimos al tejado, y las manos no eran manos, y los rostros no nos pertenecían, y los cuerpos se volvían blandos mientras el rumor del agua corría a sus anchas y reía.
El agua se llevó los muebles, el coche destartalado pero suficiente, los trastos viejos, los nuevos, el parque y el sosiego: En la calma de tres años, cuando el cielo rompía en tormenta la ciudad palidecía, y los hombres, enmudecidos, subían a sus familias a los tejados.
El agua vino de nuevo y se lo llevó todo. Llegó de noche, como una tropa invasora, y sin compasión se llevó a los soñadores. A mi hermana Lucía, la pequeña de sueños azules. Con ella se fue mi madre, que nunca más fue persona, siempre con la mirada puesta en el parque. También se llevó todo lo demás, pero sólo eran cosas, cosas buenas, inservibles, únicas, ganadas con un sudor que no volverá, pero que no agujerean el estómago, ni aprietan los pulmones, ni inundan de vueltas la mente.
El agua vino y se lo llevó todo. Llegó de día, avisando, como un amante celoso que regresa para no dejar vivir otra vida sin su recuerdo. Se llevó mis poemas, los que nacieron del dolor y los otros. Se llevó a Francisca, mi amada, atrapada entre naranjos con un novio que nunca la quiso. Se llevó incluso la esperanza: el pequeño taller de ebanistería donde trabajaba mi padre.
El agua, que luego faltó para hacerse la importante y burlarse de la miseria de los hombres, vino ocho veces en mis veintinueve años de existencia. Inofensiva en la garganta, representa la vida, pero me enseñó la muerte mucho antes de empezar a vivir. Sin embargo, es cierto, con cada riada la vida vuelve a empezar de cero, nace, pero con menos esperanza. La tierra está seca ahora, tranquila, la paz es firme para la vista del viajante, aunque el agua seguirá viniendo y se llevará la nada que me queda.
Vino hace un mes, silenciosa, cargada de celos como un ejército invasor, en la noche muda de familias en los tejados y sueños rotos de ojos anchos e inmóviles, y yo, esperándola asustado, blando y entregado... pero no me llevó.

Víctor Raga.

Texto agregado el 24-01-2003, y leído por 337 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
27-01-2003 Bastante bueno!! Pone de manifiesto el duro sentimiento de la pérdida. violetarc
25-01-2003 Excelente. Me encantó este texto senior... El adjetivo "blando" lo dijo todo. Perfectos saludos. cardenas
24-01-2003 Excelente mi amigo. simplemente excelente!! williemay
24-01-2003 Ay maudit, casi no puedo terminarlo porque las lágrimas me impedían verlo. Puede estar seguro de que me encantó y me hizo revivir un poco de mi infancia. Saludos. mcavalieri
 
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