El tango, una de las mejores cosas de la vida, a pesar de que para algunos no es más que un baile sucio de prostíbulos en calles oscuras. Seducir en el baile es el cortejo público más inspirador que se puede ofrecer, además la elegancia de sus pasos encanta a cualquiera... En sus letras siempre la experiencia de una buena historia de amor, olvido o simplemente las del barrio. Historias que se ven a diario y que te perfuman el corazón, te seducen y te arrastran a la pista de baile para intoxicarte por 3 minutos de intenso y fuerte sabor. Melodías de gente gitana, de gente viajera, de gente roja... De gente que disfruta la vida y ve en la tristeza la enseñanza del fuego al ahogarse en su propio humo... De gente que aprende de sus errores y tapa el dolor con cintas fugaces, pañoletas altivas, seda orgullosa, colores hechizados y vinos con sangre enemiga
La brújula del tango siempre apunta hacia rituales de amor carnal, de sentir, de embrujar, de persuadir... El hombre guía con fuerza y experiencia a su pareja en una serie de pasos candentes: giros, cortes, corridas, quebradas, sacadas, cadencias... Acróbatas de la imaginación terrenal y palpable. Flamencos chorreando sensualidad, manchando a tono con sus vueltas a los presentes, creando una fogata que amenaza crecientemente con incinerar todo a su paso, sus lenguas rojizas restregándose fervientemente en una orgía voraz inconsciente de la creación que se desarrolla a su entorno...
Entonces cuando la música se detiene, el fuego aún abraza a los presentes, pero no importa porque otra canción comienza a sonar, otra pieza de historia de algún lugar que en ese momento todos comienzan a conocer...
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