VII. ROLLING STONES
Transcurre el año 2000 y este manuscrito sonará dentro de 14 años como suena ahora un: “Transcurre un 1986”, dentro de 22 años se leerá como se lee ahora un: “Transcurre un 1978”, dentro de 1248 años todo será una joya del milenio pasado, como si encontrásemos ahora un escrito del año 852 y así sucesivamente, como el maduramiento de los licores, estas letras cada vez adquirirán más valor por su función histórica de representar el pensamiento de alguien que vivía en Latinoamérica antes de que fuera potencia mundial, en tiempos anteriores al derrumbamiento del Imperio Americano, cuando la Confederación europea pasara a manos de la Argentina Comunista .
Harta del amor como actividad invariante del pensamiento del hombre, harta de las novelas, las canciones de moda, los vallenatos llorones, la salsa romántica y todas las demás pendejadas, he decidido contar la historia de una piedra.
No leyó mal, sí me refiero a una piedra de forma irregular, tamaño mediano y de un color que no vale la pena describir, porque ¿Quién estaría dispuesto a salir a buscar esta piedra para comprobar que existe?. En lo que no voy a insistir es en el hecho de que la piedra pudiera pensar; todo ser cuadriculado sabe que las piedras no piensan, pero los cuentos no son para los seres cuadriculados, partida de escépticos que creen que el lobo se comió a Caperucita en el acto, apenas la vió, sin ofrecerle siquiera la posibilidad de tomar el camino más largo.
Pero bueno, centrémonos en la protagonista de esta historia:
Erase una vez una piedra común, de ésas que por un costado sienten la tierra y por el otro lado sienten el sol y ven las estrellas, y a veces se bañan en la lluvia sin pensar en la gripa. Es sabido por todos que las piedras no se alimentan, no trabajan y no se reproducen... o de pronto sí, o si no ¿De dónde salen las piedras?
La piedra de este cuento, puede contar miles de historias, desde la época en que vivía en un campo , cerca de un río, o desde antes cuando la ciudad no existía, o incluso desde mucho antes, cuando vió al primer humano. Ha vivido tanto tiempo que ya confunde un siglo con el otro y cuenta los eones como quien ve pasar las horas. Anteriormente hacía cada tanto un recorderis de todas las cosas notables que le habían ocurrido, pero perdió la costumbre porque se dió cuenta de que no tiene sentido atesorar recuerdos si no se tiene a nadie a quien contarlos. Ahora es una piedra de ciudad, está en una calle cualquiera de Barranquilla, sola e indiferente al ruido extraño que producen los humanos con sus chécheres metálicos, porque al fin y al cabo es una piedra y todos saben que las piedras son sordas y no se quejan de nada.
Dentro de sus anécdotas más recientes y destacables, la piedra cuenta como fué un día en que la usaron para delimitar la cancha de un partido de bola é trapo, fué una experiencia extraña porque desde hacía mucho no se sentía tan importante y tan admirada en medio de tanta gente -la desgracia de ser una piedra anodina, con un color común y de textura corriente es que no existes sino hasta que eres necesaria- . Otro día la utilizaron para trancar la llanta de un carro que se varó, en esa ocasión se sintió insultada porque le pusieron encima un peso muy grande sin consultarle antes, hicieron lo que quisieron con ella por una noche y ni siquiera le dieron las gracias después.
Otro día la piedra conoció a una piedra doméstica que fué usada durante muchos años para detener la puerta de una casa, al punto de que ya se sentía parte de la familia, o por lo menos parte de la casa - ¿Y que pasó?- preguntó nuestra piedra, -pues que un día se compraron un artefacto plástico más pequeño y decoroso para detener la puerta- respondió la piedra doméstica. Después de un par de semanas de diálogo y cuando por fin se habían acostumbrado a la convivencia, alguien recogió a la piedra y la arrojó lejos, desde entonces no se han vuelto a ver.
La verdad es que una ciudad las piedras pueden llegar a moverse mucho, aunque cambien de calle y de posición en la calle con mucha lentitud, salvo algún hecho fortuito que sirva de catalizador en sus mineralizadas vidas. No falta el perro que se les orine encima, ni el niño que estrenando juguete de navidad, les dé un paseo en una volqueta.
La piedra que nos atañe, conoció también la historia de una piedra que fué atrapada en el concreto por mucho, mucho tiempo, sin ver la luz ni nada, hasta que un día- dijo la piedra- comenzaron a sentirse golpes -ta, ta, ta, ta- y vi una punta metálica rompiendo el concreto, entonces “quedé en libertad” -eran unos hombres de la telefónica instalando redes-.
Son las historias de las piedras; historias sin emoción, sin finales felices o infelices, de hecho sin final, porque al tener en sí el germen de la inmutabilidad, carecen de alma y de sentimientos que les permitan disfrutar de su larga vida con plenitud. A veces me pongo a pensar en tantas personas que tienen historias tan parecidas a las piedras, pueden ser los reyes de su propio espacio infinito, pero vivir toda la vida confinados en una pequeña nuez... como si de Hamlets de pacotilla se tratasen.
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