He comprado un suavizante de color lila para la ropa. La etiqueta muestra unas flores muy bonitas y una primavera escrita encima. Lo abro y huele a violetas y si cierro los ojos estoy en abril. Pero la mañana sigue y yo debo poner en marcha la lavadora. Echo unos cuantos tapones del suavizante en su lugar correspondiente y cojo el cepillo y levanto polvo y pelos de gato del suelo. Los cristales se están cuajando de granos transparentes y arroyuelos que se arrastran edificio abajo. La casa sin luz. Pasará el día y la semana y el mes, me digo, en mitad de la penumbra. Llegará enero y luego febrero y entraremos en el calor amarillo. Cambiará el olor a hierro y a humedad por el de los azahares abriéndose en los naranjos y volveré al Patio, a la Plaza, a la Mezquita, a los paseos por esa ciudad de primavera que hoy añoro. Pelo patatas para acompañar la carne y dudo si hacerlas fritas sin más, como me pide el ánimo o vestirlas de gala con un machacaíllo. Las dejo reposar y mientras, meto una camiseta en la tabla, paso la plancha por la pechera y dejo que el vapor de agua arranque al tejido el olor envasado a violetas. Creo que haré machacaíllo