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Inicio / Cuenteros Locales / La_Columna / La libertad de revolución: escribe Daniel Navarro, invitado a la columna de Carloel22 en este primer

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Existen momentos que tienen un toque especial. Va quedando atrás la marca del un 2005 que ya pasó. ¡Ojalá la esperanza se renueve en cada instante de este año que comienza!

Hoy me pone muy feliz que Daniel Navarro, uno de esos amigos que estando lejos siempre aparecen entre las marcas del camino que vamos construyendo, haya aceptado a participar en este espacio de La Columna de los días lunes de Carloel22.

¡Bienvenido!
Shou

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L a libertad de revolución


dedicado a RODRIGO, por las ideas y la esperanza

En el jet-set del poder
Todo es juego de espejos
Y al buen entendedor pocas palabras
Juan José Ortizgarcía


Hay salas de museos impregnadas de revolución, activistas lunáticos, rebeldes y otros seres que en pegamento, tinta y color, han mostrado que la sociedad humana no es otra cosa sino un informe continuo de vejaciones y codicia. Existen sectores donde los cuadros de mártires hacen un desfile, una hagiografía deleznable de terror sobre el pensamiento. Hombres y mujeres. Normales y anómalos. Sanos y esquizofrénicos. La libertad de expresión: tema plasmado en lienzos.

Desde que el lenguaje es humanidad, las palabras fluyen independientemente del origen, parecieran tener vida propia y evolucionan arrastrando consigo a esas sociedades que les resulta un pesado lastre. Algunas son claramente revolucionarias. Atentan contra la inercia. Muere el que las pronuncia, mas inevitablemente, la partitura persiste, encuentra oídos y nuevos sonidos en la voz o idioma escrito. La longevidad es una virtud de las letras rebeldes.
Hombres y mujeres sacrificados. Cruz. Lapidación. Horca. Picota. Ley fuga. Despojo. Irradiación nuclear. Campos de concentración. Islas amuralladas. Cuerpos de sal. Trepanación. Asfixia. Perros, leones, tiburones. Reingestión de vómito. Extirpación de la lengua. Guillotina. Fósforo blanco. Capirucho y antifaz. Mutilación sexual. Cuerpos en el mar. Exhibición de la carne en la pira. Eutanasia. Invasión armada. Intimidación pública o privada. Venganza sobre madre hermana o hija. Silla eléctrica. Fuerza desbocada de caballos desprendiendo extremidades. Violación en canal. Bofetadas metálicas, reiteradas y lacerantes. La lista es interminable: la humanidad es pródiga en represión. Su motivo: La lepra del verbo debe ser erradicada.

Y cuando las palabras que veían más allá que los ojos de la muchedumbre cuestionaban a otro dios, debían entonces ser vendadas, embalsamadas o incineradas. Mientras las letras en el ataúd o en la pira, “terrorista” “anarquista” “moro” “blasfemo” “indio” “comunista” “extranjero” “burgués” “poseído” “pordiosero” “demente” “infiel” “negro” “maldita” y otra serie de epítetos han conformado una letanía. Un adormecimiento perverso, atroz, fatal, en ocasiones a través de cánticos encapuchados con números triples, letras triples, violencia triplicada y anónima.
En la actualidad, en la mayoría de los países, se consagran en el documento rector del país, con frecuencia llamada Constitución Política, conceptos tales como libertad de expresión, libertad de rebelión, libertad de asociación, libertad de prensa, libertad de religión. Aparecen como resultado de luchas de diversos grupos que procuran insertarse a través del ejercicio pocas veces pacífico, con frecuencia violento, y de manifestaciones en tiempos críticos. No obstante, la libertad de revolución no parece existir en ninguno de ellos, parece ser más bien el resultado de los actos, el nombre genérico con el cual se cubre al período o a la conducta involucrada.

Se ha invocado a un curioso concepto como salvaguarda de la libertad de expresión. El “estado de derecho” no obstante no viene a ser otra cosa que una perogrullada inventada por aquellos que conceptúan a los códigos civiles o penales –invención literaria de mala calidad-, como el elemento rector de la sociedad humana.

Nos encontramos en los albores de un nuevo medievo, aunque quizás me retracto por optimista. Más bien, vivimos una fase del Neolítico que bien podría llamarse Hidrocarburítico PostClásico. Caracterizada ésta porque las normas originalmente utilizadas durante tiempos feudales han sido actualizadas para responder a las demandas de grupos de poder local e internacional. Formas de consolidación política y comercial que arremete contra tradiciones colectivas de pequeños grupos condenados a la desaparición. Recuerdo el texto del escritor alemán Ferdinand Lasalle de los años 1860, que sigue candente: el concepto de Constitución no ha cambiado mucho desde aquel documento de sociedades feudales, absolutistas, burguesas, y expresa a los núcleos de poder como aquellos elementos que determinan en gran medida el producto escrito, la Ley Fundamental o Carta Magna. Por otra parte, la exhumación del viejo concepto griego de democracia así me refuerza el pensamiento. Poco hay nuevo bajo el sol. En una perspectiva de cinco mil años, la humanidad sigue reptando en la Antigüedad.
Por eso existen las palabras que fluyen en el aire, buscando la redención. No creen que la humanidad en la cual puedan descansar, sea la que hemos en conjunto construido. No al menos hasta hoy. Por eso incesantes, las palabras que buscan a tientas, que perciben un universo mejor, son por ahora sinónimos de exilio, y bandera de organizaciones de extraños y sentimentales anacrónicos. Palabras en vuelo, ideas del porvenir que todavía no alcanzan el nido.

En tanto la humanidad persista en ser una gregaria acumulación de egolatría, soberbia y autocomplacencia, la libertad de revolución será sinónimo de libertad de expresión. Genuina búsqueda de justos y misántropos. No todo está perdido. Al menos eso opto por creer. La lucha de los incrédulos que arriesgan su existencia por emitir juicios, mártires de un sueño en verso, no será jamás en vano.

Y así comienza el siglo veintiuno. No dejo de preguntarme si toda la historia de la humanidad ha transcurrido sólo para llegar a donde estamos. El deplorable estado en el que tenemos ese paraíso del Edén, por decirlo en términos simbólicos. El poco edificante sistema de naciones que atestiguan impotentes el ejercicio impune y monolítico del poder. El centro geográfico de nuestra existencia en algo tan abstracto como los bienes pecuniarios, económicos, financieros. Un universo del “cuanto tienes, cuanto vales”. Y no hay posibilidad de divergencia de expresión porque ésta ha sido mediatizada, transformada, letalmente inmovilizada.

El ganador del premio Nobel de literatura del año 2005 es un escritor inglés, Harold Pinter. A través de video, en la ceremonia de entrega, se expresó acerca del lenguaje político, el cual, “conforme es usado por políticos, no se aventura fuera de su territorio dado que la mayoría de los políticos, de acuerdo con la evidencia disponible, están interesados no en la verdad sino en el poder, y en el mantenimiento de dicho poder. Para mantenerlo, es esencial que la gente permanezcan en la ignorancia, que vivan en la ignorancia de la verdad, aún de la verdad de sus propias vidas. Lo que nos rodea por ende es un vasto tapete de mentiras, de las cuales nos alimentamos.”

La libertad de expresión se manifiesta como la búsqueda en lo individual enfrentando la colectividad sumida en esa ignorancia de Pinter. No obstante, la expresión se vuelve explosiva cuando afecta al poder, cuando encuentra la revolución. La libertad de expresión que es inocua, no levanta torbellino. Mientras, la libertad de revolución se encuentra en espera. Vive en los desiertos, en las selvas, debajo de las enaguas, dentro de muros de adobe, entre los vapores de las minas, impresa en la piel de un leopardo.


Notas y Literatura
Lasalle, Ferdinand. “Qué es una Constitución”. Gernika, 2ª. Edición. México.
Ortizgarcía, Juan José. “De este lado de mi ventana se respiran espinas”. Crítica, Revista Cultural de la Universidad de Puebla, Núm. 112, octubre-noviembre 2005. Págs. 165-170.
Pinter, Harold. “Art, Truth and Politics”. The Nobel Lecture. 2005.
Agradezco a Shou su gentil invitación para entregar el presente texto a la audiencia de loscuentos.net


DANIEL NAVARRO
2 de enero de 2006

Texto agregado el 02-01-2006, y leído por 585 visitantes. (13 votos)


Lectores Opinan
21-01-2006 Es un placer leerte, me agrada tu reflexión, en un mundo envuelto en guerras irracionales, en injusticias abismales y en agresión constante al habitad y al medio ambiente, solo es posible cambiar la humanidad logrando quitar lo que es reflejo de su fragilidad. diandra
09-01-2006 Excelente columna, uno se siente gratificado al leer cada pàrrafo, cada letra. Un fuerte abrazo y muchas gracias Daniel por la calidad del trabajo. carloel22
06-01-2006 Mantra. Habrá que repetirlo como el rosario. Habrá que perpetuarlo en el corazón, que no es otra cosa que la memoria de las revoluciones cotidianas. La palabra es la primera gesta de revolución. Voltaire está ahí para recordárnoslo. La palabra vale -dice un indígena avá-guaraní,- porque es nuestra alma. Añade Eduardo Galeano: “La Ilíada y La Odisea, las obras fundadoras de eso que llaman la cultura occidental, también habían sido creadas por una sociedad sin escritura, y sus palabras vuelan cada día mejor. Oral o escrita, la palabra puede ser instrumento del poder o puente de encuentro.” Por otro lado, Lacan decía que aunque el ser humano comienza su vida en plena unión armoniosa con el cuerpo materno, no es hasta que se constituye como sujeto autónomo que logra la realización inherente. La revolución, la autonomía está tatuada en nuestro ADN desde la concepcion misma. La revolución de los años 70 que facilitó el cambio de pensamiento y abrió la oportunidad hacia la ideología gay fue nada menos que una revolución lingüística, por poner un ejemplo. Las palabras hicieron posible que Platón, Marx, Hegel, Heidegger, Sartre, Nietzche y miles otros llegaran a nosotros y mutaran la presencia de muchos en este planeta. La magnitud de la manifestación expresada ha hecho y deshecho por siglos completos. Concuerdo con el amigo neus_de_juan en la exposición de su argumento: “Quien no cambia desde sí, no revoluciona.” Le hace eco a tu argumento sobre que “la expresión se vuelve explosiva cuando afecta al poder, cuando encuentra la revolución”. Para tales efectos no se debe perder la esperanza, aunque se conozcan los hechos, porque la vida es tan incierta y los giros tan policaminados que el equilibro es algo que se puede afectar tan sutilmente como se pueda, que la anarquía en ocasiones nace de un caos existencialista en extremo diminuto. Las gestas revolucionarias dan y no dan resultado. La gente se sigue muriendo aunque se logren independencias y autonomías, o aunque el colonialismo y el sometimiento tomen auge. La vida sigue siendo triste y feliz. Hay que encontrar el grado, el botón; o simplemente no hay que encontrarlo. “Mientras, la libertad de revolución se encuentra en espera. Vive en los desiertos, en las selvas, debajo de las enaguas, dentro de muros de adobe, entre los vapores de las minas, impresa en la piel de un leopardo.” Un Bravo de pie para Usted, apreciado Navarro. Gabrielly
06-01-2006 En principio de acuerdo en tu propuesta de cambio profundo y rápido que esta sociedad necesita. Pero para ello se necesita también una concientización que no se produce sino en forma extremadamente lenta. Dice Theodore Zeldin en su libro La Historia Íntima de la Humanidad: "Los cambios más importantes de la historia se deben, no tanto a revoluciones que derrocaban reyes, como a individuos que los ignoraban y prestaban, en cambio, su lealtad a valores espirituales". Es un necesidad de aquí y ahora, replantearse la educación, y orientar la conciencia hacia el conocimiento de la propia personalidad, de lo contrario, los cambios seguirán siendo lentos. Quien no se conoce no puede cambiar. Quien no cambia desde sí, no revoluciona. Excelente columna. neus_de_juan
04-01-2006 Un diagnostico certero de la humanidad/sociedad de hoy y siempre. Porque la historia se repite, las conductas se repiten. Exelente análisis de una realidad que nos supera. Te felicito. peinpot
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