Rehuyendo a toda consideración fitófila y/o ambientalista respecto de la depredación amazónica –evitable, por lo demás-, postulo que este exterminio trajo una luz de esperanza al esclarecimiento de la concepción de nuestra especie humana. Y no por la devastación en sí. Resulta increíble que, quedando de la selva unas pocas hectáreas, un ser misterioso se asomase por entre los árboles. Su estatura no sobrepasaba el metro, y su postura erguida simplemente asombró a la comunidad científica, quienes al saber del hallazgo fueron directo a Brasil a investigar el extraño ser.
Los científicos comenzaron con todos los análisis respectivos; sin embargo, la sospecha era más que clara, y la evidenciaba el aspecto simiesco de éste, su postura erguida y su encéfalo ligeramente más pequeño que el humano. Además el descubrimiento de una pequeña tribu de la especie asentada debajo de los árboles, dieron cuenta de un complejo sistema social patriarcal, una cultura semi-nómade, tentativas de agricultura y un fuerte animismo. Era posible aventurar hipótesis: eran ascendientes humanos.
Las pruebas hechas a la especie corroboraron su semejanza humana: la secuencia de aminoácidos era idéntica a la de los humanos, como los chimpancés; pero, a diferencia de éstos, esta especie posee la misma cantidad de cromosomas que los humanos. Estudios posteriores dieron la conclusión final: es una especie Australopithecus, sólo hallada en fósiles de África. La emoción era ya manifiesta: por fin hallábamos un recuerdo, una ilustrada reminiscencia de un pasado remoto donde no pudimos, no quisimos trascender.
Es de imaginarse la conmoción mundial por el hallazgo de la tribu Australopithecula Amazonas, y la competencia científica por adjudicarse nuevos hallazgos -en pos de nuestra comprensión evolutiva- no se hizo esperar. Genetistas, evolucionistas y antropólogos peregrinaban a la nueva meca de la ciencia.
Lamentablemente para sus pretensiones, la población homínida pronto comenzó a descender. Los experimentos realizados tanto en ellos como en su ambiente trajeron consigo graves repercusiones en la salud de los antropoides. Luego enfermaron y muchos murieron en un periodo de 10 años. Los pocos que quedaban fueron enviados mayoritariamente a Europa y Estados Unidos, con el fin de seguir experimentando, y los menos sujetos a clonaciones para la supervivencia de la especie.
No obstante -a propósito de los arrogantes adelantos científicos-, los homínidos clonados murieron a los meses de nacidos, las empresas de perpetuación fracasaron, extinguiéndose el Australopitheculs Amazonas 6 años más tarde. Para entonces, el Amazonas, inservible a las pretensiones científicas, fue ultimado en los años posteriores.
Para muchos filósofos era entendible la involución de la especie: se estaban enfrentando a nuestra especie, el homo sapiens.
Pero mucho más esperanzador resulta del hecho que se hayan extinguido. Sería penoso ver cómo estos inocentes antropoides se transformen lentamente en lo que estaban destinados, ver cómo lentamente aparecía un reflejo de nosotros mismos.
Entonces su muerte se convierte en salvación... Para la Tierra. |