El barón sideral
No, yo no estoy loco. Son los demás los que no me comprenden. Es la gente la que no me entiende. Un poco es por envidiosos. Claro, porque padecen la carencia de inteligencia; la inteligencia que yo si poseo; carecen también claro, de la visión progresista que yo sí tengo. Yo, Pedro López del Río, El Barón Sideral.
La gente me acusa de loco simplemente porque son todos unos seres exentos de toda visión futurista, carentes del afán por descubrir nuevos horizontes. Son sencillamente unos retrógrados trogloditas. En cambio yo soy un visionario, esos es lo que soy. Saldré por el Universo a buscar algo nuevo, algo que nunca antes nadie haya logrado descubrir. Ni siquiera la NASA. será capaz de igualarme en descubrimientos. Se que no será fácil, claro está que todo merece de algún tipo de sacrificio y voluntad; pero por sobre todas las cosas, talento, y eso, es algo que a mi me sobra; talento y genialidad. No se crea que usted estés aquí tratando con un pelele o un tiro al aire, ¡no señor! ¡No soy de esos que hablan y proyectan desde torres de marfil y que llegada la hora no tienen ni la más remota idea de cómo cuernos empezar! Porque, mi estimado, sepa usted que yo soy profesor de física, y además graduado astrónomo por correo de las prestigiosas escuelas Liepsig, mi amigo. Y sepa también que yo he dictado clases en prestigiosos colegios. Colegios donde no han sabido valorar y ni siquiera reconocer mi genialidad, y de los que me han echado a patadas como si me tratase de un desequilibrado; acusándome de influenciar con teorías disparatadas y delirantes a los alumnos. Pero en cierto modo me siento grande al recibir tales absurdas acusaciones, puesto que le ha pasado al gran colega Einstein. Y me hace recordar a la gran frase de El Quijote; porque me ladran y es porque estoy cabalgando. Por eso en cierto modo me siento orgulloso de ello.
Pero el punto es que yo tengo el gran proyecto de viajar al espacio. Se trata de un proyecto que encaré de lleno y ya sin obstáculos luego de fugarme del loquero en el que por equivocación y negligencia social, familiar y médica me encerraron anteriormente. Fue cuando estuve largo tiempo prófugo de los matasanos que deseaban secuestrarme otra vez con la disparatada idea de que sufro un desequilibrio mental. ¡Ja! ¡Desequilibrio mental es el de ellos que son tan cortos de mente y progresia! Y logré hacerlo en un lugar ultra secreto en el cual nunca pudieron encontrarme.
Mire, mejor, antes de explayarme demasiado en el proyecto en si, voy a contarle un poco la historia de todo esto. Resulta que yo vengo con esta empresa personal desde hace ya bastantes años, en época en que aun tenía familia: mi esposa y mi hijo. La verdad es que fuimos muy felices durante mucho tiempo, hasta que con el tiempo surgió esta idea en mi mente. En realidad ya la tenía desde muchísimos años antes, sólo que recién en ese momento alcancé obtener todos los conocimientos como para encararlo; además, y es algo que olvidé mencionarle anteriormente, por correo también estudié astrofísica. Y si, yo le dije que no soy ningún pajuerano que hace cualquier cosa a la bartola sólo porque tiene voluntad. Yo soy un ser totalmente ajeno a esas mediocridades. ¡¿Me entendió?!
Pero al principio no le daban mucha importancia a mis ideas y deseos de progresía universal. El problema comenzó cuando un día comenzaron a dejarse llevar por las habladurías de los mediocres del barrio; y algo de culpa en eso tengo yo, porque una vez cometí el error de hablar vagamente del tema con el diariero de la esquina, que luego me di cuenta que no era más que un triste boludo que se burlaba de mi sapiencia. Y ese fue el comienzo del fin. Luego a mi hijo le daba vergüenza ser hijo mío y no quería salir a la calle junto conmigo. Tenía dieciséis años y estaba muy influenciado por los vecinos y los pelotudos de sus amigos. También comenzaron las discusiones con mi esposa, a causa de mis reiterados despidos de los colegios. Sin embargo se molestaba mucho más con el asunto de mi proyecto, argumentando que ya no podía toparse con los vecinos sin que ellos se le burlaran. Hasta que un día me sorprendió amargamente con una drástica e increíble decisión, como una especie de ultimátum, y me dijo:
-Pedro, mi amor, si vos no te dejás de joder con tus ideas pelotudas de ir al espacio, irremediablemente, voy a tener que llamar a los del Borda y te van a tener que llevar. Y a esto te lo digo por tu bien, mi amor.
A lo que yo, muy tranquilo y serenamente le contesto:
-Pero amorcito, vos serias incapaz de hacerme algo así.
¿Puede usted creer que me equivoqué? Porque la muy desgraciada los llamó nomás, y a la semana los del Borda vinieron a buscarme. A pesar de que infructuosamente le expliqué a ella, con lujo de detalles, cómo con nuestro Falcon iba a ser posible viajar a espacio y borrarnos de este planeta de mierda. No obstante todas mis explicaciones y graficaciones fueron en vano. Y hoy ya se cumplen diez años que llevo sin verlos, si ni siquiera iban a visitarme los muy miserables. Ni siquiera imagino dónde podrían estar hoy en día. Lo que más me apena es que no quisieron ni siquiera intentar comprender que muy pronto hubiéramos podido llegar a ser aun más felices de lo que ya éramos, en algún rincón del universo. Allí donde nosotros podríamos haber sido colonizadores y quedar en la historia del universo todo. Aunque yo creo, ahora que lo pienso, que ellos tenían miedo, miedo a la fama. Tal vez tenían temor o no sabían como decírmelo; viéndolo desde ese punto, podría decir que los comprendo en cierto modo. ¡Pero podrían habérmelo dicho, carajo! No los iba a matar por semejante tontera. A los que sinceramente no comprendo es a los que teniendo la oportunidad de robarme mis teorías, abusándose de mi ingenuidad de esa época, no lo hicieron. Desaprovecharon mi ingenuidad divulgativa. No se dieron cuenta de la fama universal que podrían haber obtenido; la misma que yo obtendré en un futuro no muy lejano. Un pronto futuro en el que todos conocerán mis hazañas espaciales. Será cuando todos se pregunten quién soy; a lo que les responderé:
-Soy yo, Pedro López del Río, El Barón Sideral, colonizador de planetas lejanos. Yo, el incomprendido al que muchos han llamado loco, pero que hoy, he aquí les devela los misterios del universo como nunca antes nadie lo ha hecho.
Sin embargo, entre tantos humanos mediocres y trogloditas, hubo alguien que nunca me abandonó y siempre estuvo a mi lado. Hablo de mi fiel amigo Boby. El fue un perro callejero que me lo encontré un día que andaba paseando por la estación de Once; y desde ese momento nunca se separó de mi lado. Solamente, y por obvias razones, cuando me iba a trabajar o a bañar. Él si que nunca dudó ni objetó ni por un instante de mis ideas, por el contrario, siempre estuvo alentándome. Por ejemplo cuando yo le comentaba o explicaba mis teorías, el siempre asentía moviendo su cola en clara señal de que lo que yo estaba planteando era correcto. Nunca objetó una hipótesis mía; el sólo movía la cola y festejaba mis descubrimientos. Y como los animales tienen, y es sabido, un sentido extrasensorial, tan errado no estaba en mis ideas; de otro modo él me lo hubiera hecho saber de inmediato.
Ahora bien, dejando ya de lado esta breve autobiografía íntima de mi vida pasaré a contarle cómo encaré mi proyecto durante mis años prófugo y cobrando una pensioncita del Estado. Comencé luego de haber concluido todos mis cálculos en base a mis primigenias teorías, que ya por sabido eran sobradamente exactas. ¡Desde ya le aclaro que son datos sumamente secretos que no pienso develárselos ni siquiera a usted! ¡Sólo le voy a contar como rediseñe mi auto!
En primera instancia pensé en el rediseño de un Cadillac Fleetwood, debido a su asombrosa aerodinamia y esos alerones extraordinarios. Pero luego me di cuenta que mi Falcon Sprint sería perfecto; además de que era el único auto que tenía a mano. Sólo necesitaría hacerle ciertos retoques técnicos. Era grande, cómodo, pudiendo instalar en el todo lo necesario para poder emprender un viaje de tal magnitud. Necesitaba también unos pequeños retoques aerodinámicos y de propulsión. ¡No iba a ser un viaje a Mar del Plata, se trata ni más ni menos que de un viaje espacial, interplanetario; y eso no es moco de pavo, no señor!
Entonces ya teniendo mi galpón ultra secreto comencé a transformarlo en una nave intergaláctica. ¡Imagínese, a quién se le hubiera ocurrido tal genialidad, de convertir un auto en nave intergaláctica! ¡Dígame si no soy brillante! Ah, pero antes que nada realicé los planos correspondientes al rediseño exterior. El diseño consistió en agregarle alerones a los costados y a la parte trasera, o sea a los costados del baúl. También le cegué la luneta trasera, el parabrisas y las ventanillas, dejándole luego solamente unas mirillas de cinco vidrios de espesor, y por allí espiaría lo que hay afuera básicamente. Hice eso haciendo el cálculo de que los vidrios no soportarían la presión al cruzar la estratosfera y podrían correr el riesgo de estallar. Yo no quería correr riesgos de ningún tipo; ni peligro de muerte, y mucho menos el de no poder cumplir con mi meta para con la humanidad. Tomé muchos recaudos para con la seguridad de mi nave, y también para las comodidades y practicidades. Para ingresar y salir de la misma dejé solamente una escotilla, la cual al cerrarse la nave presurizaría todo el interior, al igual que un avión. Así que teniendo ya todos los planos listos comencé con la transformación, la que me llevó unos cuantos meses. No obstante, no fue muy difícil. Teniendo las herramientas adecuadas, un poco de conocimientos técnicos y un poco de maña, casi las cosas se hacen solas. Y a mi todas esas cosas me sobran.
Ya una vez que tuve lista la reforma exterior, inmediatamente fui a comprar la pintura. Luego, con un soplete la dejé estupenda a la terminación. El color que elegí fue obviamente el blanco. ¡¿Qué otro color hubiera elegido para pintar una nave intergaláctica, eh?! ¡¿Acaso a usted se le hubiera ocurrido otro?! Así que bien, ya habiendo terminado con el exterior de la nave, me acometí a transformar el interior. A lo cual le retiré todos los asientos, el volante, el tablero completo; dejé todo el interior desmantelado.
Y así, semana tras semana iba comprando e instalando todos los materiales e instrumentos que requería para una segura navegación en el espacio. Le instalé una confortable butaca de competición, para no estresarme con un asiento común y silvestre. Compré también tubos de oxigeno, de esos hospitalarios, y unas plantas para el interior. Como así también un potabilizador de agua para recuperar mí orina y poder tomarla frente a la escasez de agua, ya que los cien litros de agua potable que surtí en un depósito no iba a ser eterna.
Finalmente al cabo de dieciocho meses logré contemplar mi nave intergaláctica ya terminada. Quedé realmente satisfecho con mi obra, quedé maravillado, encantado con mi logro. Fueron dieciocho fructíferos meses de arduo trabajo que valieron la pena. Meses en los que cada día me levantaba a las seis de la mañana. Desayunaba y me iba derecho al galpón secreto. A las doce del mediodía, reglamentariamente paraba para almorzar hasta la una, hasta que otra vez me dirigía a mi lugar de trabajo hasta las ocho de la noche en que cenaba y me iba a dormir. Esa era toda mi rutina.
Y si tengo que hablarle del galpón, le diré que era en verdad muy cómodo para trabajar. Medía ocho metros de largo por seis de ancho. En el medio dispuse al auto para disponer de la mayor comodidad para acondicionarlo. A los costados se encontraban las áreas de trabajo. De un lado instale el banco de trabajo, con su respectiva morsa y yunque, junto a un armario para herramientas y un tablero para las que necesitaba más a mano. Y del otro lado estaba el soldador eléctrico, la soldadora autógena, más el compresor y sopletes para pintar. Además, de ese lado también instalé el banco de pruebas que rara vez utilicé; pues yo confiaba plenamente en mis cálculos de diseñó, y estaba prácticamente como algo decorativo que le daba al lugar mucho más ambiente técnico y de sofisticación.
Yo le dije que la nave estaba terminada, cuando en realidad le faltaba aun cierto detalle de importancia como lo era la carencia aun de los tubos de hidrogeno para propulsar la nave. ¡¿Si no, cómo cuernos pensaría que la propulsaría?! Debía aun conseguir los cinco tubos de hidrógeno, a los que los conseguí dos semanas después. Los instalé en lo que antes era el baúl, previa modificación por supuesto. Yo mismo diseñé e instalé el circuito de alimentación al motor; incluso a la modificación del motor la realice yo mismo; que por cierto, es mucho muy interesante. Para el arranque del motor utilizaría nafta súper de ocho octanos hasta que pusiera cuarta, en ese momento, automáticamente, se habilitaría el circuito y se comenzaría a alimentar con el hidrógeno, para así poder despegar con toda la fuerza posible.
Luego de terminar con tan delicado detalle decidí tomarme unos merecidos días de descanso antes de ponerla a punto y alistar la nave. Lo decidí así debido a que me esperaría un largo viaje y debía estar descansado y relajado para tan sacrificada odisea. Lo hice muy tranquilo, sin aun tener la certeza del tiempo exacto, sino sólo aproximado, del tiempo que tardaría en llegar a aquel lejano planeta fuera del sistema solar, que yo había descubierto. Lo descubrí y descifré sus coordenadas en aquella noche de verano en que aun era un adolescente hambriento por el universo y sus secretos. Lo había logrado divisar gracias a un telescopio casero que yo mismo me había fabricado con un caño de desagüe y los lentes de varias lupas que encontré y que también compré. Hasta me sirvieron los culo de botella de mi abuelo, pobre, me dio pena haberlo despojado de sus dobles ojos; ¡pero si igual ya ni con esos podía ver el viejo choto ya!, a lo cual se los tomé prestados. No, si el afán por el descubrimiento del espacio ya me vino de chiquito.
Dejando de divagar, vuelvo al relato. El descanso que me tomé fue de una semana. Al fin pude distenderme en el patio de la casa, acostado en una reposera todo el día, tirándome a dormir debajo de los árboles. Pude por fin andar en hojotas, en bóxer, tomar café frío. ¡ Si, café frío, no me mire con esa cara! A algunos les gusta el té frío, así que a mi me puede gustar el café frío con biscuit. ¡¿Hay acaso algún problema en eso?! ¡¿Eh?! ¡¿No, verdad?!
¡Ah, bueno! Así que como le contaba, me tomé una semana de un muy merecido descanso y relajación. Aunque a los últimos dos días los utilicé para aprovisionarme de alimentos. Y una vez terminado mi descanso me dediqué a la revisión final, puesta a punto y alistamiento de la nave. Verifiqué que el fuselaje estuviera en las condiciones establecidas por mí para el viaje, y pongo el OK en la planilla; verifico todo el instrumental de navegación, y viendo que todo esta en orden de funcionamiento pongo el OK; y así con todo el resto de la nave, incluso que resten todas las provisiones para dar el OK final. Ya con el alistamiento y la verificación concluida con éxito en el objetivo, ya me encontré en condiciones de fijar la fecha el despegue; al cual lo feché para dos días después. Usted no se imagina lo que fue la espera, fue lo más sufrido de mi vida. Un nerviosismo bestial me azotaba, me carcomía la ansiedad; me encontraba invadido de felicidad, a pesar de que el lento pasar de las horas me desesperaba. Pero al fin el día y la hora llegaron. Recuerdo muy bien como fue ese día y el momento previo a mi ascenso a la cabina. Ese día me había puesto la número diez de Boca Juniors, la vieja, esa que tenía la publicidad de fate en el pecho. En el estereo de la cabina, porque le dejé el estereo, puse un casete de Kraftwerk como para ir relajándome y ambientando la odisea. Del lado del acompañante puse un póster de Frank Zappa, junto a otro de Marilyn Monroe como para tener una compañía humana durante mi tiempo fuera de la tierra. Luego subí a Boby y me dispuse a verificar nuevamente el instrumental de comandos:
-Encendido del motor: SI
-Balizas de despegue: SI
-Balizas de aterrizaje: SI
Ya estaba todo listo, y sólo faltaban veinte minutos para la hora cero, que fue la hora establecida para el despegué. En ese momento bajé y fui a abrir el portón del galpón. Volví a la cabina, pongo primera y la hago carretear hasta la calle. La calle era en verdad perfecta para el despegue. Se trataba de una calle en cuatrocientos metros de pendiente del 6,5 % aproximadamente, que luego se transformaba al final de los cuatrocientos metros en una fuerte rampa de unos 4,6% de pendiente. Yo mismo calculé a ojo todo eso. Y, calculando el impulso que me daría la pendiente resolví que poniendo cuarta justo cuando tomase la rampa, la reacción y el despegue serían más que óptimos. Me elevaría directo a la estratosfera. En la cabina mi estado anímico era estupendo. Casi no podía creer que al fin el día había llegado, había llegado el momento en que iba a viajar al espacio exterior. Por fin viajaría a aquel planeta que tanto añoraba colonizar. Todo el mundo lo iba a saber, y hasta me lo agradecerían.
Cuando ya sólo faltaban dieciocho segundos para el despegue estaba todo listo y coordinado. Me aferré al volante y cuando sonó la alarma de mi reloj supe que ya era la hora cero. Inmediatamente accioné la palanca aceleradora y la nave comenzó a acelerar. Sentía todo el increíble poder y velocidad que estaba desarrollando mi creación; en tan sólo doscientos metros ya alcancé la velocidad de 180 Km. /h. A los trescientos metros casi no podía dominarla casi. En ese momento, le confieso que sentí un poco de miedo, sobre todo poco antes de tomar la rampa, pero debía estar atento y concentrado para poner cuarta en el instante justo. Y lo hice justo en el instante que iba a unos 400 Km. /h; pero algo falló en ese momento. Al tomar la rampa todo fue muy confuso, la nave tembló como si fuera a estallar y se elevó muy bruscamente, demasiado vertical, por lo cual se dio vuelta hacia atrás. De ahí en más sólo recuerdo un fuerte estruendo y una explosión. No recuerdo nada más de aquel accidente, quedé totalmente inconsciente. Y una vez que desperté, vi que me encontraba en la sala de un hospital, y a una enfermera que me hablaba. Me explicó que al fin había salido de un coma profundo, y rápidamente llamó a un médico. Este vino y me revisó, para luego toparme otra vez con un psiquiatra. Me comenzó a hacer preguntas relacionadas con el accidente y otras de cómo que hacía antes de ese tan dramático acontecimiento. Y yo como se las respondí amablemente y mintiendo un poco, este pareció satisfecho y se fue. Pero volvió el día que me dieron el alta. ¡Según este tipo yo sufro de un desorden mental o no se qué mierda! Y de allí me trasladaron aquí a Open Door.
¡Pero me importa un carajo todo esto! Porque le voy a confesar algo, ese fue mi segundo intento por despegar, y no será el último tampoco. Los dos fallaron pero no importa. Yo voy a fugarme de este puto lugar, que con sólo un día ya lo estuve fichando. Y esta vez voy a mejorar nuevamente el proyecto porque estoy segurísimo de lograrlo esta vez ¿Sabe por qué? No. Seguro que no sabe. La próxima si va a funcionar porque es la tercera, y la tercera siempre es la vencida, mi amigo. Sale o sale, nunca falla. Así que, ¿qué le parece, qué opina de mi genialidad? ¡Dígame algo hombre! Es demasiado callado usted. Debería hablar un poco más, ser más comunicativo.
Uh, ahí anda uno de los forros que nos dan las pastillas. La mía no se para qué mierda es, igual yo me las paso por el culo ¡Hijos de puta!
Que tipo callado que se hombre. Dígame una cosa ¿no le gustaría ser mi copiloto cuando me escape de esta mierda? Porque como usted no se mueve ni habla demasiado pensé que podría ocupar excelentemente la vacante que dejó mi pobre difunto Boby; que lo único que hacía era la cola. Lástima que usted no tiene cola para mover, porque si la tuviera le pondría un collarcito y ya era mi fiel ayudante ¿Qué le parece? Esta bien, me parece que hoy ya hablamos bastante. En todo caso, mañana le sigo mi historia. Le podría contar como fue mi primer fracaso al intentar viajar al espacio.
Pero que tipo más raro este. Tan pero tan callado; al extremo ya. ¿O será que se reencarno y se le metió adentro a este tipo? Si, debe ser eso. ¡Fantástico Boby! Ahora cuando me fugue me consigo una correa, se la ato al cuello y me lo llevo conmigo.
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