NUESTRO PEQUEÑO COPÉRNICO
Trabajaba en el observatorio astronómico de Cerro Sombrero, en Tierra del Fuego. Sentía verdadera pasión por los misterios del universo y la investigación espacial. Vino a parar al Pudeto junto a un grupo de enapinos, todos ellos fáciles de identificar porque vestían un saco largo de cuero negro. Era bajo de estatura, más bien pequeño, tenía una nariz ancha y aplastada, como de boxeador y ojos chiquitos y divertidos, como un simpático simio. Por eso le decíamos “el astro-mono”.
A diferencia de muchos de los presos, que trataban de disimular sus ideas políticas (hasta llegar a negarlas, en algunos casos), Pedro González Vera reafirmaba sus ideales cada vez que podía. Más de una vez me lo encontré en los lavatorios del baño, a la hora de la higiene matinal. Mientras la mayoría de nosotros sólo nos dábamos una manito de gato, un poco de agua por la cara para despabilarnos, González Vera se desnudaba el torso completo. Allí eran visibles las huellas de los castigos recibidos: hematomas por doquier, quemaduras de cigarrillos en el vientre. Entonces me miraba, y haciendo girar su dedo índice sobre su abdomen para mostrar los golpes me decía: “Por esto soy comunista, compañero”.
Sin duda esta obcecada fidelidad ideológica le trajo sus problemas, aún estando preso. Pero resultó beneficiosa para el conjunto de los detenidos. Cuando la primera delegación de la Cruz Roja Internacional visitó el gimnasio del Pudeto (entre otros lugares de detención de la región y del país) para corroborar lo que se estaba denunciando en todo el mundo, esto es, que los presos políticos estaban siendo brutalmente torturados por los militares, González Vera solicitó una audiencia privada con los funcionarios internacionales. Y en los baños del gimnasio desnudó su torso como siempre lo hacía y mostró las huellas de las vejaciones sobre su cuerpo.
Desde que ingresó detenido al regimiento, y para demostrarnos que no siempre vivía en la estratosfera, se propuso dos objetivos inmediatos: dictar una conferencia sobre la carrera espacial al conjunto de los detenidos y lograr que le trajeran al gimnasio un telescopio portátil de su propiedad para mostrarnos, por las noches, las maravillas del cielo magallánico, un verdadero regalo celestial en las noches despejadas. Obcecado como era, consiguió ambos objetivos. La charla resultó instructiva, entretenida e hilarante porque era evidente que tenía que hablar de la Unión Soviética en términos elogiosos. El oficial a cargo, al conceder la autorización, le advirtió que no toleraría ninguna mención de la dictadura comunista, que se las arreglara como pudiera, que a la primera trasgresión del acuerdo se terminaba la charla. Y así estuvimos, hora y media o dos, escuchando una conferencia pletórica de analogías, metáforas, frases sobreentendidas, dichas por un conferenciante que demostró un enorme ingenio para guardarse lo que seguramente hubiera querido gritar a los cuatro vientos: el triunfo, en la carrera espacial, del mundo del trabajo y el progreso comunista contra la decadencia capitalista.
La llegada del telescopio resultó ser otro acierto. Todas las noches, antes de dormir, salían del gimnasio hacia el polígono de tiro pequeños grupos de prisioneros detrás de Pedro González Vera. La belleza del universo, que siempre estuvo ahí pero no veíamos, aparecía en todo su esplendor en las lentes del telescopio del astro-mono. El Cinturón de Orión, la Cruz del Sur, Antares, Alfa y Beta de Centauro, pasaron a formar parte de nuestras conversaciones diarias y las jornadas empezaron a ser más llevaderas sabiendo que alguna de esas noches tendríamos la suerte de acompañar a González Vera hasta el polígono de tiro.
Hubo quienes organizaban coros, partidas de naipes, encuentros de fútbol o de básquet. Todos con la intención de aliviar la pesada carga de días de temor, confusión y horror. González Vera aportó lo suyo con simpatía y amor por la astronomía y la belleza del universo. Seguramente andará por ahí, todavía, diciendo: “Por esto soy comunista, compañero”. Un gran abrazo y un saludo fraterno para Pedro González Vera, nuestro pequeño Copérnico.
Augusto Alvarado
cerrodorotea@gmail.com
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