Me encontraba con el telescopio observando el tumulto en el cielo, parecía venirse abajo. Precisé un punto rojo el cual no llamó mi atención, pero al despegar el ojo del lente fue visible que el aparato no señalaba el cielo sino la casa del vecino. Esta visión sin embargo pasó desapercibida. Me acosté con sigilo, con miedo de alterar la escena. Una pesadilla estropeó los planes, era de madrugada y soñaba con el punto rojo, seguía inquietándome.
Me levanté al fin en medio de la noche. No me atreví a correr las cortinas, tampoco quería mirar por la ventana. Me quedé sentado de cara al reloj contando los segundos, las gotas de sudor por mi rostro parecían llenar un vaso que había en la mesa. Había tomado tranquilizantes pero parecían no hacer efecto, ya estaba resignándome.
Pasó una hora y agonizaba de inquietud, atiné a no tocar el telescopio, sólo a mirar. Me acerqué con cautela, coloqué mi ojo en la posición correcta y al instante cerré el otro. Vi el punto rojo, me horroricé. Fui empujado hacia atrás por mi propio pánico.
Suponía que era el siguiente, no conocía al vecino pero imaginaba su cara. La luz comenzó a fallar y mis ojos se desvanecieron otro tanto. La tormenta había arruinado el teléfono noches anteriores y todavía nos castigaba con las descargas eléctricas pero sin lluvia aún.
Tembló la puerta y me sobresalté del asiento, había sido un trueno. La luz se fue definitivamente. En el oscuro palpé mi habitáculo en busca de las velas. Otro estruendo me sacó de foco. Me costó encender las velas, antes de mirar el cielo con el telescopio me había cortado la mano. Terminé por dar luz natural a la habitación luego de forcejear con los fósforos.
Me atreví a mirar por el telescopio, posé la vista y estaba nublado debido a que no había luz. De repente la iluminación de un relámpago me hizo ver el punto rojo, en el mismo lugar, inmóvil, como un felino que está por acechar a su presa.
El corazón me palpitaba y confundía los sonidos en mi pecho con pasos en la oscuridad distante. Sabía que no me quedaba mucho tiempo. Tenía que actuar, sin comunicaciones y con la mano lastimada. Sólo precise a escribir con mi mano inhábil una nota que dejé arriba de la mesa la cual decía: Si tienen la dicha de encontrar mi cuerpo o alguna parte de él no duden en buscar al vecino, él es el asesino.
Al escribir la nota me posé sobre el suelo como aliviado. Un vendaval abrió la puerta que estaba mal cerrada. Mis palpitaciones se intensificaron y me desvanecí.
Al despertar la tormenta se había alejado. No estaba en mi casa sino en un hospital. Todos mis familiares me rodeaban; quien me encontró, mi hija, me dijo que había sufrido un infarto pero que me repondría. Las visitas salieron enseguida y me dormí casi al instante. Me desperté con el sudor empapando la almohada, grité al doctor quien acudió al instante. Había soñado con el punto rojo.
Me precipité al doctor quien me conocía y le dije: ¿Ya han atrapado al asesino? Si necesitan descripciones era de estatura normal, llevaba una túnica negra y su capucha impedía ver el rostro. Como arma tenía una especie de hacha que podría ser una guadaña.
Y él me contestó que no, a lo que repliqué: ¡Era mi vecino señor! Estaba disfrazado, diga a la policía que vayan por él. A lo que dijo: Señor, usted no tiene vecinos, vive en una casa en el medio del campo, su vecino más cercano está a tres kilómetros.
¡Pero el punto rojo me acechaba maldita sea, el punto rojo que veía por el telescopio!, ¿Qué ha pasado con eso? Se encogió de hombros y al mirarme pareció recordar, luego respondió: Ah sí, cuando usted se cortó la mano tocó el lente del telescopio y por eso todo el tiempo vio un punto rojo en la inmensidad.
Mi pulso se aceleró, conocía al doctor, era mi vecino más cercano…