A Mirian, Vanessa,
Luis y César.
Te amo sin saber cómo, ni cuándo, ni de dónde,
te amo directamente sin problemas de orgullo:
así te amo porque no sé amar de otra manera
-Pablo Neruda-
-Todo se acabó- murmuró.
Felipe introdujo la llave en la cerradura de la puerta y le dió vuelta. Cuando hubo terminado la operación, entró a casa.
Sonó el teléfono. ¿Quién sería? No tenía ganas de nada. Subió las escaleras, advirtiendo que en la cocina no había nadie. Nadie en el comedor. Nadie en la sala. Nadie. Nadie contestaría si la llamaba a su casa. Estaba seguro. Todo había terminado.
Aunque guardaba la fotografía que se habían tomado en el campamento hacía un año. Estaba en la estantería de su habitación. Sobre el libro que le había regalado por su cumpleaños, "El amor en los tiempos de cólera". Nunca lo había terminado de leer; sin embargo, cuando estaba mal, leía la dedicatoria que ella había escrito, Felipe y Carla, a pesar de los Tiempos de Cólera.
Precisamente, se habían conocido por aquel libro del genial García Márquez. Aunque Felipe no había terminado "Cien Años de Soledad", decidió fingirse interesado en aquella otra obra de dichoso autor, pues Carla parecía absorta en aquellas páginas.
-Interesante argumento- dijo él después de haber leído, supuestamente, la contracara del libro. Eran las únicas dos personas en esa sección de la librería: no podía haberse dirigido a nadie más.
-Es Gabo, obviamente- sonríó ella.
-¿Quién es Gabo?- preguntó Felipe asombrado. No podía ser: no había pensado en que podía estar comprometida.
-Gabo, Gabriel García Márquez- río Carla.
El río también, entre nervioso y aliviado.
Había sido verdaderamente romántico. Al menos él siempre lo pensó de ese modo. Cuando cumplieron un mes él le había regalado una rosa amarilla y una nota, Porque seguimos siendo amigos. Era cierto. Fueron de verdad amigos. Después del incidente de la librería, el e-mail los mantuvo en contacto, por así decirlo, hasta que él se atrevió por fin a invitarla a salir. Fue en la primera cita cuando ella le susurró al oído la palabra "bésame".
Él quería casarse con ella, ella soñaba con que él fuera su esposo. Sin embargo, nunca dijeron una palabra sobre aquello, tal vez por no tornar cursi lo casi perfecto (porque nada lo es en realidad) que tenían.
El catorce de febrero, él y el enamorado de la hermana de ella habían preparado una cena a lo París, pero sin la torre Eifel y una pizza a domicilio. En su aniversario, él había conspirado con el hermano de ella para infiltrar globos de helio rojos, que se pegaron al techo hasta que se perdió el efecto y sólo quedó el insoportable hedor a gas.
Sólo una vez habían podido ver el amanecer juntos, aunque fue una imagen hermosa. Ella acostada sobre su hombro y él sobre la arena. Claro que él se había quedado dormido pero no le quita el romanticismo. Tal vez sólo un poco.
Sin embargo, todo se había acabado. No estoy seguro del por qué de las cosas. Simplemente, se terminó y no hay vuelta atrás. Nadie puede volver a que sea las cuatro de la tarde, sólo esperar al otro día.
Sonó el teléfono por tercera vez. Contestó en el pasillo que daba a su habitación.
- ¿Quién es?
- Felipe...
La voz de Carla sonó al otro lado del aparato. Sólo quedaba conversar. |