- ¿En qué estás pensando? – le preguntó ella mientras encendía un cigarrillo -.
Wuntz la miró con cuidado. La sábana sólo cubría una pierna. El resto de su cuerpo estaba ahí, desnudo, expuesto. Cada curva de su cuerpo parecía ser sugerente a su propia manera.
- Nada en particular – contestó Wuntz -.
Ella sacudió la cabeza y se concentró en su cigarrillo, dando por terminado el asunto.
Acababan de tener sexo. Un momento ella estaba gimiendo debajo de él, moviéndose con locura y ansía. Al siguiente permanecía serena e imperturbable, completamente ajena al acto anterior.
Wuntz la siguió analizando y nuevamente sintió el mismo deseo de antes. Se acercó a ella y sintió como sus piernas se amoldaban a las de él.
- ¿Se acabó el descanso? – preguntó ella con su cínica alegría -.
Wuntz no le hizo caso y entró en ella. Ella curvó su espalda, llevándolo aún más profundo. Continuaron así en un frenético ritual hasta que ambos se alejaron con una sola exhalación.
Wuntz volvió a acostarse sin besarla. Ella no era mujer para ser besada, lo sabía bien.
Ella tomó otro cigarrillo y lo encendió con calma. Se levantó y fue hacia la ventana, dejando una estela de humo azulado a su paso. Wuntz dejó la cama y sacó su pistola de entre su ropa. Apuntó y disparó. Un asunto simple.
El marido de la mujer lo había contratado para que solucionara el inconveniente de la falta de fidelidad de su esposa.
Una indiscreción más no iba a escandalizar a nadie, se dijo Wuntz mientras se vestía.