He contado hasta hoy el número de lunares que he coleccionado, sin duda a todos he amado, y no creo estar pecando cuando a cada uno le digo: "Soís muy bello, otro no existe que se te haya igualado".

En verdad lo digo, ninguno es parecido ni pinta tiene de cualquiera que he degustado, cada uno conserva ese toque de misterio que apacigua el enfado.

A diferencia de otros coleccionistas yo no tengo un anaquel para guardarlos, no tienen detrás suyo goma para pegarlos, no se cuelgan como dijes, no adornan cabelleras, ni prendedores son, no podría intercambiarlos, lejos están de ser obsequiados. ¿¿Traerlos en el bolsillo?? ¡¡Ni lo mande Dios!!

Unos aparecen en el mapa corporal como accidentes geográficos, otros como manchas de tinta salpicadas, amorfas, no pueden faltar los que como perfectas figuras geométricas adornan hasta el más feo espacio.

Oh, lunares!! que me arrebatan el aliento cuando me obligan a seguirlos con la mirada, me llevan a perder la cordura y darme cuenta que sólo son ellos quienes me importan y no quienes los han portado.