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Akhantos

“¡Soy Akhantos, hijo de Lacón, príncipe de Micenas!”

Su voz avanzó ruidosa semejante a una carga de carros a través de las galerías, similar al oleaje, que irrumpe con fuerza pero pronto se retira en silencio, el grito de Akhantos fue bañando las salas contiguas. Como las olas del Egeo era también la su esperanza, poco a poco iba retirándose, Akhantos en un cementerio de esperanzas sepultadas.

Nadie respondió a su grito. Su equilibrio vaciló unos instantes, apoyándose en su lanza pronto lo recuperó, un príncipe de Micenas no conoce la rendición. Siguió avanzando hasta topar con un yelmo de hoplita a la entrada de una nueva galería, aquí yace algún valiente, más él no correría tal suerte, Akhantos bendecido por Atenea no perecería. En aquella galería no había entrado, el yelmo era un señal de Atenea la guerrera, ese es el camino. Subió las escaleras hasta un nuevo pasillo, una nueva encrucijada, pero Palas velaba por él, uno de los dos acogía el esqueleto, sin yelmo de un guerrero que fracasó en su búsqueda. Yo llegaré más lejos que él, soy Akhantos hijo de Lacón, príncipe de Micenas. Lo que él no sabía es que aquellos restos pertenecieron a Esfero, rey de Tebas, dos veces victorioso frente a los ilirios.

Atenea le había llevado hacia una sala circular, un aljibe la governaba desde lo alto de una de las puertas. Bendecido soy, Akhantos sediento pudo beber el agua que había quedado depositada sobre el aljibe. No había duda, la diosa me protege. Decició entrar en la sala del aljibe, pues las otras dos salas bajaban de nuevo. El fuego de su antorcha desencadenó una serie de destellos a través de los numerosos metales que confeccionaban los límites de la sala. Otra sala de bronce, pero esta es diferente a la que estuve ayer.

“Has llegado muy lejos, Akhantos, principe de Micenas”

“¡¿Quién es?! ¡Déjate ver ante mi!”

No recibió más respuesta que la que le otorga el silencio. Dio un paso, mas otro le pareció escuchar. Avanzó un metro, y nuevamente volvió a escuchar pasos en la lejanía. Se volvió hacia su espalda, de donde creía procedente el ruido. Se acercó a la sala contigua, cubriéndose el cuerpo con la lanza, el sonido de los pasos no cesaba, parecían cada vez más cercanos, Atenea dame fuerzas para enfrentarme a mi enemigo, sea cual sea su naturaleza, el rudio de un goteo le distrajo la atención, volvió la mirada a un lado, luego al otro, cada vez más nervioso, cruzó la sala, se volteó en posición de guardia, vigiló su espalda, sus flancos, miró al frente, los pasos misteriosos habían cesado. Nadie había en esta nueva galería, se ha escondido, he de permanecer atento.

Un ligero golpe en su yelmo disparó de nuevo sus latidos, se volteó nuevamente para velar por su espalda, recuperó la posición con gran agilidad, siempre desplazándose lateralmente, el techo... pensó que su enemigo acechaba desde las alturas, Akhantos gritó, saltó hacia atrás y apuntó al techo con la antorcha, un reflejo le cegó, perdió el equilibrio y cayó de espaldas, rodó hacia un lado para defenderse de su atacante, recuperó la posición y cubriéndose con la lanza volteó. Nadie. Comprobó que el techo era circular, a diferencia de la sala, repleto de metales, el reflejo de la antorcha me habrá cegado, sigo solo. Había una gotera. Lentamente normalizó la respiración, se secó el sudor de la frente, recogió la antorcha y se acercó a una nueva entrada, me siento desorientado.

Un conjunto de columnas dóricas adornaba esta gran sala, apagó la antorcha para ahorrarla, aquí no hacía falta, toda la sala estaba iluminada por grietas distribuidas por las paredes. Lentamente se desplazó por un lado, debo estar cerca del final, no había visto una sala similar. Volvió a girarse de golpe, una sombra pareció cruzar el otro lado de las columnas. Mi acechador. Caminó en guardia, lateralmente, controlando sus flancos, no parecía haber nadie, las columnas no estaban tan juntas como para que alguien pueda ocultarse. Decidió avanzar, una sombra volvió a cruzar el lateral de la sala, Akhantos volteó de nuevo, guardándose con la lanza, avanzó, veló que su retaguardia estuviese cubierta, ¿nadie?, ¿o acaso me persigue un espectro?

Sin bajar la guardia en ningún momento se acercó a unas escaleras de subida, debo estar cerca. Al comprobar que la sala superior irradiaba oscuridad volvió a hacer fuego para encender la antorcha, vigilando continuamente cualquier posible movimiento a través de la sala. Con la antorcha al frente para iluminar la nueva sala, aferrando la lanza en posición de ataque, y sin dejar de mirar de vez en cuando hacia su espalda, fue subiendo poco a poco los escalones. Llegó arriba, viró hacia un lado, hacia otro, inspeccionó los rincones que su antorcha iluminaba, avanzó dos pasos, siempre atento Akhantos, comprobó que no había acechadores a su espalda, dio dos pasos más, veló sus flancos, miro al frente, alzó la vista mientras se retiraba hacia la izquierda.

Cayó de rodillas, desesperado, la antorcha rodó hasta caer por un pozo estrecho y vacío, se hizo la oscuridad, el broncíneo sonido de la lanza chocando contra el suelo adornó su angustia. Cómo puede ser, he ido subiendo, y en cambio estoy en la misma sala donde estuve ayer. En la infinita densidad, a través de la desamparante oscuridad, como un ola, irumpiendo con fuerza a través de las galerías, bañó la voz de Akhantos las paredes.

“¡Soy Akhantos, hijo de Lacón, príncipe de Micenas!”

Texto agregado el 29-12-2005, y leído por 142 visitantes. (0 votos)


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