Todos los días me levanto con este vacío en el estómago, y soy presa nuevamente de la cobardía que me alejó de vos. Tu mirada me persigue a veces, cuando después de tanto alcohol creo que logro olvidarte y cierro los ojos tratando de dormir. Ahí, justo ahí estás, mirándome mansamente, como si me tuvieras pena, y no soporto la compasión que en mi cerebro impulsa esa mirada.
Me pierdo, recorro miles de calles con gente distinta a vos, ninguna tiene tu forma de ver la vida, son todos como yo, de materia humana, destruidos por los vicios, animados por la tonta ilusión de una mentira. Y vos estás tan lejos, y volviste tantas veces desde tu paraíso para rescatarme.
Yo huí. Cobardemente.
No puedo vivir con tu fantasma, con tu necesidad de hacerme alma cuando soy tan solo un cuerpo, un maltrecho y desahuciado cerebro con patas que deambula por las noches, que sobrevive tras la música intensa.
Tengo miedo de cruzarme con tu mirada en lugares inesperados, trato de fingir que alejarte fue lo mejor, cuando se que fue lo más absurdo.
Fue tu sugerencia la que me arrebató las ansias, tu confesión, tu encanto de muñeca de trapo, tu aroma a sueños, a cuentos de infancia, tu estatura de heroína, tu graciosa insensatez.
El decirme sin miedo que todo es posible porque dentro de vos existe un sentimiento indescriptible, eso me llena de dudas, y escapo torpemente porque dentro de mí solo esta un niño espantado, herido por el mundo, despreciado por ser tan diferente.
Admiro tu imaginación, esa fe en mí, el creer a pesar de todos mis abandonos, de todos mis desprecios, el buscarme tiernamente. Si pudiera ser como vos, si pudiera enfrentar todas mis oscuridades y llegar a golpear a tu puerta como si nada, pero soy tan inoportuno, y estoy tan lejos de tu esperanza.
Me alegraría que me odiaras, y sin embargo me miras simplemente como comprendiendo y eso me destruye, no hay en vos ni siquiera un poco de razón humana y te elevas por encima de todos tus posibles defectos sonriendo sin recordar, y recordando sin rencor.
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