La mujer ocultaba su boca detrás de un micrófono. Sobre el entarimado su vestido salpicaba de sangre y aceitunas el fondo ámbar. Cantaba: “Ama los ojos del tigre. Su pupila es el centro de todo…”

Mi amigo dijo: “Todas las mujeres son hadas que de vez en cuando se retuercen como larvas a punto de eclosionar” En seguida miré de nuevo a la mujer y pensé que verdaderamente parecía una mantis seduciéndonos desde ese ángulo imperfecto. Su voz vibraba en el intersticio de las vértebras y creo que fue eso lo que me hizo sospechar que la noche se paralizaba dentro de ese local junto al puente de Segovia. Afuera, nada era misterio para mí. La vida se simplificaba en los gestos de la mujer y en el resorte de una letra imposible.

“Calcula la divinidad del tigre contando rayas sobre su lomo… Su pupila es… Su pupila es la respuesta dentro del caos”

Mi amigo volvió a decir: “Ahora la ciudad se me ensancha. En cuanto salga tendré que correr detrás de mí mismo y contenerme” Supe a qué se refería. De alguna manera todos nos enamoramos esa noche de vinos junto al puente. Callamos para oírla respirar, camuflada de oliva y sangre. Afuera el espacio tragaba asfaltos y vomitonas.

“Escucha el ronroneo más allá de los patios y de los trasteros. El mundo duerme menos su pupila…”