Paraíso perdido
de bajas casitas
y ajardinadas cercas,
Punta Carretas
con timbres de bronce
al alcance de la mano,
Punta Carretas barrio,
de olor al
pan caliente y bizcochos
de los domingos de mañana,
Parva Domus, la Estacada,
el Defensor y el Sporting, y
21 de setiembre deslizándose
bajo la lerda lluvia
montevideana
hacia los empedrados
de la bajada de Williman,
Hacia la inevitable, relamida
y meretriciamente atractiva,
eterna
esquina
de Ellauri
Y recalando hacia Villa Biarritz,
el irremediable destino,
la sempiterna memoria,
la recurrente nostálgica
imagen
de aquella tarde,
que por un momento
hubiera querido
que no terminara
jamás,
y sin embargo
la dejé caer
en el amorfo y pegajoso saco
de recuerdos, sumidos
en el amasijo
aburdelado y mendaz
de las nostalgias
a flor de piel,
recordándose unas a otras
a través de la desgastada mica
de transhumantes y a menudo
incoherentes
y no tan convenientes
olvidos,
dejé de recordar,
los detalles
desde hace quién sabe
cuánto tiempo,
y sin embargo allí están,
atrapados en
la telaraña de la tozuda
memoria,
la flor del jacarandá,
el menguante calor
de la tarde,
el siciliano y su pregón de pizza,
el olor a perfume y Bilz Sinalco,
el beso de una mujer enamorada
© Eytán Lasca, 2003
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