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Andrew salió corriendo del oscuro callejón. Su cara estaba totalmente empapada. Presionaba fuertemente su mano contra el costado derecho de su estómago, mientras caminaba por la oscura calle, iluminada por la luz de la Luna. Miró desesperadamente hacia todos lados, buscando a alguien, quien fuera, tan siquiera una sola persona que pudiera ayudarle, pero ningún alma estaba allí, excepto el espíritu del dolor, que, con su magnifico látigo de llanto, azotaba el costado de Andrew.

Las rodillas de Andrew se doblaban a cada paso que daba. De sus ojos negros escapaban dos hilos de plata que rodaban por su mejilla hasta caer por su barbilla. Sus pies parecían dos pesados ladrillos que tenía que arrastrar como un obrero de una construcción.

Ya no podía más. Andrew se desplomaba segundo por segundo al frío pavimento de la avenida principal. Su pesado cuerpo congelado por la irritante brisa de la medianoche golpeó el piso con un sonido hueco.

Andrew miró la mano con la que había presionado con tanto ahínco su costado: una gran cantidad de sangre cubría por completo la mano del chico. Un poco más de ese líquido escarlata caía gota a gota por su boca. Cada golpeteo de éstas sonaba diez veces más fuerte en el cerebro de Andrew. Ahora apreciaba más que nunca lo que ahora se le escapaba como si nada, como agua entre las manos.

A unos centímetros del casi cuerpo inerte del muchacho una billetera de color café caía al asfalto como lo había hecho Andrew. Ahora lo recordaba todo: un hombre con un poco de más edad encima que el chico lo había conducido hasta ese oscuro callejón por el que había salido; también recordaba como, con una navaja, lo había amenazado para que Andrew accediera a darle todo su dinero, y, al rechazar aquella oferta entre la vida y la muerte, el ladrón encajó su cuchillo en el lado derecho del estómago de Andrew, pero ahora ya nada de eso importaba, porque el corazón del muchacho se había detenido por completo; su alma escapaba por su boca, como lo hace el aliento en la temporada de invierno, y viajaba hacia arriba, a un lugar mejor, un lugar donde no haya casos como éste: al Sitio de la Paz Absoluta.

Texto agregado el 28-12-2005, y leído por 108 visitantes. (0 votos)


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