Entra la depresiòn y la euforia: ¿hay bipolaridad o amplitud modulada?
El estado de armonìa (o su sustituto) del espìritu se manifiesta con vivacidad en el ànimo de las personas. ¿Quièn no ha dejado huellas de alegrìa desenfrenada sobre el tapete càlido y hùmedo de la sonrisa y quièn no ha estrellado su desdicha contra el polo antàrtico (soy argentino, hemisferio sur) frìo y genuinamente poco acogedor?. Si miramos el pasado, para atràs en la historia y oteamos en el horizonte anticipando el futuro, nos daremos cuenta que la cartografìa emotiva de algunas personas ha recorrido y habrà de recorrer un pèndulo singular, limitado sòlo por las vivencias que recogen en el camino, la carga genètica que regala la genealogía y la educación que somete al rigor de la razòn.
Aquellos que se han apasionado por la presiòn de los hechos, aquellos que han aprovechado el fervor de los sentidos, aquellos que sin miramientos se han visto atraìdos por la efervescencia de la belleza, deben saber que transitan un camino que serpentea cornisas escoltadas por un paisaje bullicioso y encantador. Aquellos que han caìdo por el desfiladero de la estima extraviada, aquellos que han cruzado alocadamente la acera que separa las expectativas de la realidad, aquellos que sin rubor han sido saqueados por el imperio de una personalidad opresiva, deben saber que transitan un camino que serpentea cornisas escoltadas por un paisaje alienado y perturbador. ¿Què es, entonces, lo que se supone debemos encontrar entre estas brechas del paisaje - tan abrupta - que muchas veces acaece durante una sola vida? ¿Serà una existencia plagada de condimentos opuestos; serà una existencia enriquecida de matices; serà una fuga desde las emociones violentas hacia las emociones macilentas? Si hay doctrina al respecto, debe existir un Dios que las documente o un diablo que las tergiverse.
En geologìa, los cambios morfològicos de la tierra transcurren tras milenios de entretenimiento sìsmico, y el geòlogo que detectase una falla tectònica no vivirà lo suficiente para atestiguar la metamorfosis de su descubrimiento. La naturaleza pues, parece sabia a la hora de reconocer que debe pasar un tiempo prudencial medido en “eras geològicas” para evidenciar una alteración visible de su estructura. No obstante, el acontecimiento de un sismo o la erupción de un volcàn demuestran la inmadurez de la naturaleza frente a la ruptura de las teorìas elaboradas.
Si vinculamos este análisis con referencia a la potencial polaridad de las personas, descubrimos que la naturaleza humana es extremadamente sensible al pronunciado desnivel del abanico de emociones, lo que deriva en lo que describimos como accesos de euforia o de depresiòn.
Como se puede apreciar, los traumatismos de la tierra y de las personas que no han aprendido a demorarse “eras” en materializarse sacuden los cimientos fundacionales del equilibrio precario que sostiene el ritmo vital.
Sean las fluctuaciones del paisaje emotivo conductas bipolares del hombre; sean las fluctuaciones del paisaje de la tierra una amplia gama de topografìas extremas, no hay duda que la maximización de los desequilibrios no conduce màs que a la destrucción del hombre y a la devastación de la naturaleza.
La bipolaridad o amplitud modulada que pudiera existir tanto en el ecosistema como en la psiquis humana adelantan la inminencia de un cambio global del medio ambiente y de sus habitantes. Los escombros que dejan los terremotos y las secuelas que dejan los enajenados no facilita la comprensión del cambio global, ni mucho menos la clarificaciòn del presente.
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