Enamorarse; latir bajo una escala de sensaciones; ser esa misma piel que surca las heridas. Reírse; soltar un espasmo que rasgue la cuenca de sus vísceras; compartir frases; desdoblar la vida. Presenciar la muerte bajo el rostro; ser Dios encaramado entre sus dedos; perderse en el valor de una plegaria. Cambiar la realidad; esfumarse en infinitos silogismos; dar a luz las formas y los gestos; perpetuar una sonrisa. Rozar los atisbos de ese pelo indefinido que yace ante una almohada; la blancura de su tez disuelta en lágrimas. Alentarla; recrear su antiguo rostro; ascender entre gemidos hasta la cima de esos ojos. Poblar los huecos que carcomen sus silencios, recorriendo inagotables túneles de acero; creer; desafiar; amar la gravedad que emana de sus labios. Rendirse a sus afectos; acariciar el mar que duerme dentro, hasta tenderse entre sus playas; sal; pirámide de sueños; huella de mis huellas; inalcanzable mundo...

Ana Cecilia. ©