Me encantó leerte, mimar los labios de la imaginación con el tenue roce de tus letras agazapadas en mis manos, tallar el absoluto de las horas bajo la magia de tu ser rondando mi figura. Me abstraigo del presente para recorrer tus pasos, para girar en el eterno carrusel que se funde en la memoria bajo la inmensidad de los días que sepultaron tu silencio. EL juego trascendió mis sentimientos atrapados en el tablero de la vida, en el tiempo que tu piel amanecía dentro de mi ser con las pupilas temerosas que estallaban en la tarde. Y el viento tiznaba los colores de mi rostro sofocado en la acuarela de tus ojos que lo aquietaban todo como una aurora de cenizas esparcida en la distancia. Extraño nuestras huellas tendidas en el baldío de la esquina, trepando las rejas de la incertidumbre para atrapar un sueño en la conquista del nuevo territorio, junto a la tibieza de tus manos llevando mi niñez a todos los costados de la dicha, glorificando el recorrido de las lomas, pendiendo de las ramas en que competían nuestros cuerpos o transformados en una cacería de policías y ladrones. Todo yacía bajo nuestras manos; el cielo, las tardes, el aroma silencioso traspasando las sonrisas, tu mirada clara tejiendo el tenor de mis sentidos, después las horas se acallaban en la fragilidad de nuestras vidas para sólo despedirnos con un temblor de labios paralelos. Y cada uno recobraba su identidad perdida en los jardines de la imaginación mientras regresaba alborotado hacia su casa.
Hoy volví a leer las cartas que asentían nuestro amor, a escucharte en la cascada de tu risa declinando por mi pelo como un conjuro de placer que saborea mi semblante dentro y fuera de aquel suspiro eterno.

Ana Cecilia.