‘Tres mil doscientos ochenta y siete’… Sigue esta absurda cuenta... Me encerraron aquí hace tantos días y aunque al principio me visitaba uno que otro familiar, uno que otro amigo, hace mucho que los míos se olvidaron de mí...

Era una persona sin preocupaciones. Nací en una familia acomodada. Me educaron con esmero. Hice muchos amigos. Conocí el amor. Tuve todo. Viví una vida tranquila y armoniosa...

Pero ¿de qué sirvió todo esto si todo lo perdí en una noche?

Después de salir de aquella fiesta, aquella lluviosa noche, ocurrió la mayor desgracia que me podría haber pasado.

¡Maldito alcohol! Juro que nunca fue mi debilidad. No niego que socialmente lo probé y hasta lo disfruté pero nunca pensé perderme por su causa. Me robó los sueños, me arrancó la alegría...

-‘Mozo, otra copa’.

-‘Lo siento, usted ya bebió demasiado’.

-‘Me largo de este lugar. A mí nadie me trata así. Tomo lo que quiero, donde quiero y cuando quiero’.

-‘Tómese un taxi, manejar así no es conveniente’.

-‘Hago lo que me viene en gana. Nadie me dice qué hacer’.

Y por supuesto el auto se encendió y el alcohol tomó el volante y el ‘accidente’ ocurrió. ‘Asesinato imprudencial’ dijeron algunos...

Los tribunales tomaron cartas en el asunto y gracias a un procurador tenaz, la condena fue larga.

-‘Se hizo justicia’.

-¿Justicia? - digo yo. - ¿Qué justicia?

Si bien es cierto al principio recibía visitas y, por mi cumpleaños hasta me llevaban flores... Nadie me visita ya.

Una que otra vez, esa niña pequeña se queda con la mirada perdida e intuyo que está pensando en mí y puedo percibir en su rostro compasión.

Y compasión no quiero ni necesito...

Mi lápida está sucia y el maldito borracho que me mató algún día saldrá libre.