-Ahora entiendo la cara de espanto que puso ese joven cuando se encontró con mi mirada que parecía tener todas las respuestas. Nada diferente a la mía, en todo caso, al contemplar a ese ser tan precario que era yo entonces y que ahora visualizaba a un anciano tan similar en sus gestos, un ser mudo, un espectro del futuro que era simple ceniza reflejada a través de los débiles rayos de sol de aquella tarde de invierno.

Debe tenerse cuidado de no tropezarse en una de esas “pozas” que lo transportan a uno a regiones insospechadas, al pasado o al futuro, lo mismo da, puesto que adonde uno aterrice, siempre será un panorama sorprendente, una región desdoblada en medio de la inmensidad de los misterios, un ayer o un mañana que nos recibe como advenedizos. No es recomendable establecer lazos con aquellas visiones que perviven en otra dimensión. Allá y acá somos simples reflejos, imágenes ondulantes en una fuente sin fondo.

-El recuerdo de aquellos ojos que me hicieron pensar que eran los míos, separados de mi cuerpo para contemplarme desde la insondable región que no puedo surcar sino después del lento transitar de los años. Algún día empataré a ese anciano que me mira con curiosidad y entonces sabré que la existencia es una curiosa rueda que gira interminable y ostentosa, por sobre cadáveres espeluznados que a veces tienen la facultad de sobrevivir a la trascendental incógnita para hundirse luego en un atisbo de respuesta que los proyecta definitivamente a la nada…