LA BIFURCACION
Recorrí la estrecha ruta hasta llegar a una loma. Desde allí pude ver la bifurcación, aun lejana.
Transite los pocos kilómetros que me faltaban para alcanzarla pensando en ella.
Estaría durmiendo.
Las luces del auto apenas quebraban la espesa niebla que se abría delante del capot del fiat, mientras el deseo por llegar se acrecentaba.
¿Qué hacia yo en esos lugares desolados?, me pregunte, como lo había hecho mas de una vez desde que había aceptado ser viajante.
A pocos metros de la bifurcación baje la velocidad.
El camino de la derecha aparecía iluminado. Los postes de luz apenas se vislumbraban, pero marcaban un claro camino que se perdía a los pocos metros.
En cambio, un solo poste de luz, bajo en relación a los otros, daba comienzo al de la izquierda.
Alguien que ya no recordaba me había dicho que el de la izquierda era un atajo, pero este no estaba en tan buenas condiciones como el de la derecha, que apenas recorridos 3 kilómetros llegaba a un pueblo adonde repostar.
Nadie me aseguraba que el camino de la izquierda fuera tan bueno como el de la derecha, ni tan seguro en la señalización ni en el pavimento.
-no se cuantos kilómetros te podes ahorrar…algunos dicen que por lo menos 50,60…otros dicen que no vale la pena.-me dijo un amigo que ya había transitado ambos hacia muchos años
-¿y vos por cual fuiste?
Pensó unos instantes y respondió:
-y…el de la derecha…yo voy por lo seguro víctor.
Ahora entendía su respuesta.
La noche era profunda.
El sol tardaría aun un buen rato en aparecer, aunque mi ansiedad por acelerar mi llegada se clavaba como un aguijón venenoso en mi cabeza.
¿Correría el riesgo?
No lo sabía aun.
Detuve el auto a un costado y me baje, embarrándome los pies.
Encendí las balizas del fiat y sorbí lo último que quedaba de la gaseosa, mientras caminaba hacia la bifurcación.
¿Y si me perdía?
Cuando comencé a desandar el camino no había pensado en esa posibilidad, pero ahora, parado en ese solitario lugar, la duda había hecho carne en mi.
Si me perdía tenia la posibilidad de volver atrás y tomar el camino de la derecha.
Además, ¿Quién me aseguraba que el de la derecha fuera tan bueno?
Nadie.
Volví al auto dueño de una falsa seguridad.
Volví al auto pensando en ella.
Volví al auto con la quimérica seguridad de que el camino de la izquierda era el correcto.
Volví a recuperar el conocimiento en el hospital.
Fueron unos breves segundos, luego, la nada.
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