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Es extraño, muy extraño. Mi teléfono dejó de sonar, ya no funciona. El camino desapareció; ahora sólo hay dunas y algunos cerros al fondo, aquellos de allá, ¿vio?. Al parecer mi camioneta también se esfumó. Bueno para ser exactos habría que decir 'la camioneta de la empresa'.

Detrás está la casa vieja sin pintar.

Tiene un jardín de puras flores de plástico y su estado es deplorable. Está copada por una soledad horrenda. Al parecer soy su único habitante porque no he visto a nadie más. Es triste ver esos tarros oxidados y añosos que sirven de maceteros; me deprimen. Del mismo modo me deprime el viento que se desata por las tardes.

Hay algo de acá que rescato: tanta soledad me ha hecho bien, creo. Al menos se ha llevado la neura que desde hace días venía cargando como una carretilla con agua. El desierto que hay entre Chuquicamata y Tocopilla, a lo menos da tiempo para desconectarse de la dura faena en la mina, y de los problemas que da picar el cerro en busca de cobre, que no son pocos eh.

El desierto de Atacama es un manto sinuoso de cartón arrugado y chascón, bello, impune y sin orden, extendido sobre la corteza del mundo, como si fuera un mantel de mesa, de tonos ocres y de domingo; una acuarela de tierra y piedras sobre la inmensidad derramada; encima de la misma luna. Por las tardes y al alba brilla como un pedernal. Polvo y viento, entrañas de salitre y cobre; sulfuros en la sangre; pukarás que te visten y desvisten. Soy geólogo y me paso la vida buscando la veta. Siempre en el crepúsculo las vicuñas de ojos perla, tan negros como los siglos, bajan de los cerros de ropa arrugada al lago de sal, ese que descubrí sin querer. Un sol, dos soles, infinitos soles alumbrando su dicha de océano amarillo; rosa de los vientos; desde las cumbres llenas de leche hasta el inquieto mar del puerto de Tocopilla.

Anoche mientras comía mi cocho, se me subió encima el silencio; se instaló la reciedumbre; gritaron su eco los fantasmas. Comienzo a sentirme extraño, esto ya parece un estuario de olvido. Probablemente fue un golpe en la cabeza; seguro que terminé aturdido; ¿o habrá sido la insolación?. En Calama estuve bebiendo en una shopería del centro, no se si ayer o antes de ayer.

Dos

La casa era celeste, matizada de blancos raídos por el sol y la permanente ventolera. La casa parecía una capilla chilota por su simpleza burda. En su interior la sombra contrastaba con la luminosidad cegadora de afuera. Siempre habían velas, siempre. El hedor de la esperma se mezclaba con el intenso olor del petróleo en el piso de tablas. En las noches el viento traía consigo un esponjoso olor a caucho quemado.

En los rincones de la casa había juguetes y fotos oxidadas. Su interior parecía un cofre repleto de tesoros olvidados. Desde todos los lugares de la casa se podía ver el horizonte. No había puerta y todas las ventanas permanecían abiertas. En el umbral habían candados rotos como nueces rotas. En su interior un halo de condena danzaba suspendido en el aire. Así era todo el tiempo, estuviera o no habitada por alguien. Los tonos eran los mismos de las películas de Cronneberg; eran tonos deslavados, tristes, casi siempre amarillos y ocres. En la entrada solía bailar un pequeño remolino de papel.

Sólo estaba la casa, con sus cruces; el desierto y nada más.

Tres.

Cuando cierro los ojos veo lo mismo que cuando los abro. Vengo intentando no desesperarme con eso, aunque a veces se me hace dificil. Usted entenderá lo que es esto: nadie eligió vivir sólo, menos yo con mis años. Me desconcierta ver el cielo por las tardes con esos colores que no debieran ir allí. No son colores que otros puedan ver, yo apenas puedo con ellos.

Sólo sé que en algún momento me perdí de la cuadrilla y anduve dando vueltas entre las dunas por muchos días. No supe más de mis paisanos ni de sus destinos. Cuando encontré la casa el mundo dejó de moverse, se quedo quieto, casi muerto. No sé ni de los días ni de las horas, no tengo idea qué fue lo que pasó, sin embargo siento que esta casa es mía y que de acá no me puedo mover. Recuerdo a mis niños y a Lola mi mujer, ¿qué será de ellos?.

Cuatro.

Al año, cuatro camionetas de la empresa las enfilan camino a Tocopilla. En su interior van amigos y colegas; se suma la familia; también algunos geólogos que a última hora decidieron sumarse. Salieron en caravana de vehículos desde Chuquicamata y subieron la cuesta de Monte Cristo con la solemnidad requerida. Hace un sol lapidario y asola un viento tempestuoso que levanta una nube de polvo. Los niños dormitan medios aturdidos mientras los adultos fijan la mirada taciturna en los cerros del silencio.

Cuando llegan al kilómetro 14 de la ruta que une el Puerto con Chuquicamata, las camionetas se estacionan en la berma, justo frente a la animita de colores celestes que emulaba una capilla de hierro.

Al caer el sol sobre la pampa la animita se ve desbordada de ofrendas florales; juguetes de los niños; fotos del finado y velas, muchas velas. La viuda llora hincada frente al umbral de la pequeña casa. Su angustia es la de una virgen al pie de la cruz. De la nariz del hijo menor un hilo de moco serpentea inquieto. En la romería organizada en su recuerdo, la empresa anuncia una pensión vitalicia por cumplirse el año del fatal volcamiento.

Antes del retorno, la viuda muy acongojada, instala dentro una foto y un inquieto remolino de papel lustre.

- Cao Carvajal

Texto agregado el 27-12-2005, y leído por 599 visitantes. (19 votos)


Lectores Opinan
13-03-2006 Hola, este cuento es maravilloso, hoy lo estuve leyendo en clases con mi profesora, Felicitaciones. panchitoxsal
13-03-2006 que hermoso la forma de narrar detallar es genial realmente. Como el solo leerlo trae sensaciones que dan soledad, vacio etc. buenisimo mis ***** para algo inmensamente bueno matsaint
08-02-2006 Huy, será así cuando uno muere? Con suavidad nos entregas las elucubraciones de aquel geólogo, que no comprende qué le pasa. Recuerda su vida, pero está apegado a esa casa celeste, sin saber porqué. Con maestría nos haces descubrir sólo al final que es una animita. Felicitaciones, y todas mis estrellas para ese cielo nortino. loretopaz
04-01-2006 Cao: un gusto leerte, coincido con moniquita,revivo a Pedro Páramo. Muy bueno, excelente, sin desperdicios. Seguías siendo un maestro de la palabra. cariños. Cristina. cristina
03-01-2006 Vaya historia interesante de pies a cabeza que atrapa que, cautiva, hay tanta mistica, tanta tristeza en su atmosfera como suele ser el desierto, polvo, sol, sentimientos reflexivos de alguien que despierta de la muerte, que despierta solo mientras el resto vive y sufre, realmente conmovedor su texto, un fuerte abrazo maestro y que todo sea prosperidad pa usted este año. Aramis
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