Sospecho que resultaría, al menos extraño, por no decir, casi delirante que, después de haber juntado un puñado de cuentos, y “unirlos”, tuviera la pretensión de escribir un prólogo para ellos, cual si de un libro se tratara (o yo, de una escritora, tan si quiera).
Me acaban de venir a la memoria las palabras de Sabina; “ya quisiera yo, en lugar de este reggae, haber escrito Rapsodia en blue, Chelsea Hotel, Guantanamera, Tatuaje, o She loves you ...’”.
En fin, ya me gustaría escribir como Tom Sharpe, con el horror del Lovecraf, Poe, no sé, Borges, Eco (no quiere nada ella). La magia de Tolkien, que sé yo, basta, porque me la voy a pasar nombrando escritores, como los que, obviamente, no escribo.
De todas formas, en general, la mayoría de la gente se saltea el prólogo (sobre todo esos interminables).
Si esto fuera un libro, tal vez se supondría que dijera algunas palabras a cerca del mismo. Pero, bueno, esto llega, con suerte y buena voluntad, a rejunte de cuentos.
Más que una introducción, esto terminará siendo, una especie de disculpa. Por este intento, y de paso, por todos esos que llenas páginas y páginas, volviendo el comienzo del libro propiamente dicho, un objetivo casi inalcanzable.
Los cuentos, difieren, en estilo, creo que según la mayor influencia de algún escritor, y mi estado de ánimo. No forman, supongo un “todo armónico”, ni siquiera son de la misma época.
Hay algunos mejores que otros, creo (aunque va en gusto). Tal vez, más de uno, necesite, un repaso, y algunos arreglos.
Ya que me ha dado por llenar estas líneas, sin que venga a nada, recordé que hace poco leí sobre Los Cínicos, los filósofos llamados “los perros”, convenientemente “borrados”, ridiculizados y olvidados por la “historia oficial”. Esto, se verá no tiene nada que ver los cuentos, pero, esos tíos, Antístenes, discípulo de Sócrates, fundador de la escuela Cínica.
Diógenes, como prototipo, en se siglo IV a c , practicaban (la vivían, no recitaban) una Filosofía de “no ser esclavo de nada ni de nadie, en el pequeño universo donde uno haya su lugar”. Desafiando las convenciones (comiendo, masturbándose, cojiendo en la calle). Contra el matrimonio, promueve el amor libre (el incesto, y hasta el canibalismo), con el objeto de demostrar que, cualquier prohibición corresponde a la arbitrariedad social, y no hay prohibiciones universales.
Esto mismo, hoy, para algunos es obvio, para otros no tanto (ej. Lévi-Strauss cree que la prohibición del incesto es universal, por supuesto a años luz de la realidad, etc, etc).
En su testamento, indica que luego de muerto, se abandone su cuerpo a las aves de presa y perros vagabundos (la Grecia antigua sentía terror a la falta de sepultura).
Reivindica un mundo sin dioses, sin trascendencia, sin salvación después de la muerte, al mismo tiempo, dice que lo que importa es anterior a la muerte.
Anarquista, no aceptaba otro poder que no fuera el que cada uno dispone sobre sí mismo. No reconoce ningún valor por encima de la libertad. “El imperio sobre uno mismo es el único éxito digno del cínico, el único propósito que merece que el filósofo combata y comprometa su energía”.
Despreciaban el trabajo como una forma de esclavitud.
Se cagaban en el concepto de patria, Diógenes contestaba: “soy ciudadano del mundo”. Y, Crates , discípulo de éste, (regaló su fortuna y se unió a Hiparquia, única mujer filósofa cínica ), “soy ciudadano de Diógenes”.
Y, como se verá, este simulacro de introducción no tiene nada que ver, y así se queda. No puedo evitar citar a Siniestro: “siento que a esta parte le falta una estrofa, por eso todo el mundo de mi se mofa...”.


Homo sum: humani nihil a me dienun puto.
Terencio.