Quietas, ordenadas y silenciosas, brillantes, temblorosas de emoción y muy atentas a las indicaciones de La Polar.
Todas, aquellas que desde sus atalayas cósmicas la divisaban, como magnífico coro estelar, obedecieron al unísono.
Entre Orión y Acuario, buscando un espacio abierto con pocos cuerpos celestes luminosos para ser vista desde lejos por las dóciles estrellas, la estrella Polar se situó haciendo brillar su cuerpo inusitadamente.
El inmenso grupo dejó de parpadear por un instante al ver a su profesora levantando la batuta en señal de atraer la atención general.
El cielo enmudeció, las estrellas fugaces se detuvieron y los aerolitos descansaron de su peregrinar, los planetas y sus satélites abandonaron por un tiempo las elipses para observar atentamente lo que estaba a punto de suceder.
En una inmensa hipérbole de gas luminoso, la del Norte puso en movimiento una miríada de puntos brillantes que, a través de masas astrales, se integraron en movimientos oscilantes, dando pequeños saltos y dejando caer en cada uno de ellos polvo estelar de distintos colores: desde el azul celeste claro, hasta el magenta, formando una cortina luminosa semejante a un arco iris brillante que aumentaba la luz celestial en aquella zona.
Mientras, en la Tierra, en una zona no muy alejada de las pirámides de Egipto, unos pastores encendían una hoguera en la noche para protegerse del frío.
Su manada de camellos, descansando del duro día de prolongado camino pedregoso, habían doblado sus patas y dejado caer su cuello hasta abandonar, sobre la mullida arena, sus cabezas, entornando los enormes párpados. Dormían.
La leña ardía crepitando sin descanso entre flamas voluptuosas que iban del blanco al rojo, pasando veloces por el amarillo y el naranja intensos.
Ajenos al maravilloso espectáculo cósmico, los nómadas compartían su cena entre risas y cuentos.
Mientras tanto la bóveda celestial daba marco al mayor espectáculo de la historia: Enanas rojas formando collares de rojo rubí intenso se desplazaban en caravana a través de los distintos agujeros negros, constelaciones lejanas para nosotros adoptaban formas y luces inverosímiles en el fondo del Universo.
Tras un gesto potente de la que tira del Gran Carro espacial, se hizo de pronto el silencio en el orbe. Un nuevo movimiento con las dos puntas contrapuestas de la estrella directora propició un trueno lejano y profundo de planetas viejos entrando en colisión, fue un redoble largo, intenso. El estruendo llegó hasta el desierto donde los pastores cenaban y miraron al unísono hacia el infinito estelar consternados por tan profundo temblor.
Quedaron atónitos. Y, tras unos segundos de expectación, de lo alto descendió una luz a gran velocidad que se iba haciendo más grande según se aproximaba, despidiendo luminiscencias fosforescentes .
El rebaño se puso en pie. Los pastores se anonadaron y sólo sosegaron cuando escucharon la voz de alguien que desde lo alto y, sin distinguir figura alguna, les decía que en nombre de la paz había nacido un niño no lejos de allí, que lo encontrarían con sus padres en una antigua paridera medio destruida, que a medio camino verían una caravana con grandes sabios acompañados de sus escoltas y pajes, dirigiéndose hacia ellos para obsequiarles por traer al mundo tan digno representante del amor, que no pierdan la oportunidad de estar cerca de él, darles alimentos y hacerles compañía en esta noche única.
Cuando se pusieron en marcha con su gran rebaño, la estrella Polar, atenta, dio por terminada la función con un golpe seco de batuta. Al instante, el orden volvió al Universo.
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