Plantas húmedas y secas
En el camino que une dos pueblos sureños, era posible distinguir plantas cercanas a la orilla de la playa. Esto era aún más fácil de comprobar si uno hacia el recorrido por un sendero estrecho, justo el espacio que quedaba entre el cerro y el mar, lo que significaba caminar equilibrándose en las rocas y hacerle el quite a las olas que, en algunas partes y a algunas horas, llegaban a cubrir toda la playa.
En cierto lugar, al detenernos junto a dos plantas cercanas nos fue posible distinguir que una de ellas permanecía muy erguida y a pesar de ser más delicada, una real flor de verano, no parecía afectarle el sol, incluso en las horas de mayor calor, al mismo tiempo alguien se preocupaba de regarla, esto era notorio, ya que desprendía una humedad que, a esa hora, no era posible atribuir al rocío nocturno.
La otra planta era una especie de arbusto, en plena tarde se notaba un poco caído y sus hojas no tenían el color verde intenso de la flor, al contrario algunas manchas marrones indicaban que el sol de la tarde provocaba en ellas un efecto erosionante.
A primera vista no había explicación para tan visible diferencia entre las dos plantas, incluso el arbusto era un poco más grande y de tronco más grueso, menos explicable era la diferencia considerando que ambas compartían casi el mismo lugar.
De a poco, y después de pasar horas, tanto de día como de noche, tratando de encontrar explicación a este fenómeno nos llegó una evidencia que nos permitió dar una respuesta al singular caso: primero era manifiesto que entre ellas existía algún tipo de comunicación, de hecho la flor no pasaría inadvertida para nadie. Después descubrimos que en las horas de mayor calor el arbusto lograba empinarse lo suficiente para entregar una sombra que protegía la flor, durante la noche el arbusto acumulaba rocío en sus hojas y en complicidad con el viento de madrugada le enviaba salvadoras gotas de vida.
Entonces, la dedicación del arbusto, traducido en humedad y sombra, mantenía a la flor siempre radiante y hermosa, a cambio el arbusto sólo recibía los tonos de una flor de temporada. Pero, al parecer los colores, por sí solos, no eran suficientes para dar vida al arbusto, ya que éste cada día iba perdiendo vitalidad, así fue que un día se inclinó definitivamente, a pesar de los esfuerzos que hicimos por revivirlo no hubo caso de recuperarlo.
Cuando esta historia se conoció, se acercó una mujer agricultora, de más al sur, y ella nos contó que no era posible mantener viva una planta si no se le regaba en forma permanente y que aun, en otras ocasiones, era necesario darle otro tipo de protección. Además, ella nos explicó que en este caso la falta de reciprocidad hacia que la flor estuviera siempre radiante, mas el arbusto moribundo.
Y nos dijo, también, que las personas eran como las plantas, que la amistad era como las plantas, que las parejas eran como las plantas, que el amor era como las plantas.
cuarta de riego
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